La calma del encinar
LA CUCHARA DE SAN ANDRÉS
Tomás Martín Tamayo
Se reúnen porque sí, una vez al mes, amigos de la buena mesa
y de la mejor sobremesa, quedan para pasar revista a los dos cocineros del día,
que se someten al examen riguroso de la cofradía. Ellos son responsables de los
aperitivos, platos principales, postres y vinos. Los caldos elegidos para la
ocasión, de “Encina Blanca”, un lujo de Alburquerque. José Rivero, el
“culpable”, habló del tinto, del blanco, del espumoso y desveló métodos y susurros
de los vinos en los que pone todo su arte. Arte es el de “La cuchara de san
Andrés” al maridar guiso, vino y buena compañía. El mal rollo, si lo hay, lo atan en la puerta,
como si fuera un jaco que puede esperar el anochecer sin un mal relincho. Son
los juglares del buen comer y del mejor beber, necesarios en un Badajoz que debe
continuar porque es patrimonio del Badajoz de siempre. Con la misma liturgia,
“Los doce apóstoles”, con sede en el barrio de San Roque.
Estuve con ellos, allí, en el Badajoz center, donde tantas
veces fui para comprar el libro que me urgía, dejando anotada la deuda en la
santa Alianza, una librería que me fiaba. Debieron ver en aquel muchachillo que
llegaba del pueblo a alguien que pagaba. Cuando cerró la librería, yo no estaba
en el libro de anotaciones, repleto de deudores de antaño, de apellidos
conocidos. En La Alianza entré de nuevo, cincuenta años después, para saborear
unas “albóndigas de choco”, donde estaban los estantes llenos de fantasías y el
mostrador de plumas y tinteros. En el frontal que ayer ocupaban los libros de
historia, hoy luce la orla de los cofrades, con lucecitas de Navidad. No
desmerecen. ¿Ayer mejor que hoy, hoy mejor que ayer? Era y es un lugar de
respiro en el que la bibliosmia ha dado paso al olor a guiso de madre. Tampoco
desmerece.
Los mesoneros del día, Emilio Vázquez, que repartía como naipes
platos de ranas fritas y Florencio Monje, silente y eficaz, que ultimaba las
“verdiñas con langostinos” espesadas con la paciencia de muchas horas, solo por
el gusto de hacerlo bien. Vale quien sirve. Fran Fragoso, el buen alcalde que
fue de un Badajoz que le debe, aguantaba las chanzas como monaguillo los
capones del párroco y José Luis Macía, aferrado a los números, en un brindis,
de rondón y hablando bajito, subió la cuota. A lo suyo, Santiago García y Javier Rodríguez
comen con calma y beben despacio, ajenos a una algarabía en la que están
inmersos.
Se entra en faena, Isaac Ambel, sin bisturí, en el afán de
poner un orden imposible en la anarquía dialéctica de Juan Ovando. Se oye por
lo bajini: “Ni debajo del agua”. Ni leyendo los estatutos consiguió apaciguar a
un torbellino que disparaba en modo ráfaga. Pedro Botello mira y se ríe para
adentro. Alguien le dice galgo, por lo delgado y él levanta la copa y asiente.
No hay música ni canto, pero sí tolerancia, amistad y empatía, que es la mejor
manera de cantarle a la vida y de que ella te cante. Esa, la vida que queda en
algunos rincones del Badajoz que no se deja embridar por la corriente hortera
que asfixia. De la Alianza a la Cuchara de San Andrés, un suspiro. Aquí también
me fían.
Queda abierta la esperanza, mientras unos amigos se junten
en armonía, para alzar la copa y la cuchara.
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