La calma del encinar
EL PELOTÓN DE LOS TIESOS
Tomás Martín Tamayo
En la Sociedad de Plateros de la cordobesa calle Cruz Conde,
solíamos juntarnos funcionarios, maestros, dependientes, policías… con el nexo
común de pertenecer al “pelotón de los tiesos”, apelativo que nos dábamos los
que sorteábamos la dificultad para estirar la escasez hasta final de mes. Era
una constante que llevábamos con naturalidad, porque algunos teníamos extras
que empinaban la cuesta. En mi caso afrontaba la quita de una máquina de
escribir, una Olivetti (Pluma 22), que había comprado a plazos, pero los otros
tampoco andaban muy sobrados. De tarde en tarde, se sumaba al pelotón Julio
Anguita, que también comía en “El Pelitos”, dos platos y manzana por 25
pesetas. Si era comunista o del Rayo Vallecano, nadie lo sabía. Muchos años después
volví a verlo, en televisión y como alcalde de Córdoba.
Con este panorama se
entenderá que a primero de mes abundaran los finos, la japuta, los boquerones en
vinagre…, que iban decayendo a medida que el sobre adelgazaba, pero había dos
excepciones: la de Pepe Castro y Pepe Rubio. Los dos “pepes” tenían “posibles
de familia”, para vivir sin agonías. Pepe Castro, funcionario de la prisión
cordobesa, aprobó judicatura y con el tiempo, fue uno de los jueces más famosos
de España, como instructor del caso Nóos, que afectaba a la infanta Cristina y
a Urdangarin. Pepe Rubio, hijo de un apoderado de toreros, regentaba un hostal
de su padre y llegó a dirigir uno de los hoteles más prestigiosos de Madrid,
donde desapareció en 1988. Y hasta hoy. Su único rastro, cinco años después, lo
dio un suicida canadiense, que se arrojó desde la planta veinte de un edificio
en Filadelfia y que llevaba en el abrigo el pasaporte de Pepe Rubio, pero que
no lo era.
Aquellos años, no se recuerdan hoy por sus dificultades,
sino por las ilusiones inconcretas que estaban por hacerse realidad. Si
finalmente llegaron no importa, porque nos alimentaron y empujaron mientras
estuvieron. Uno de los mejores, “Shiquillo”, quiso ser torero y aunque no pudo
pasar de novillero prometedor, porque un morlaco le destrozó un tobillo al
pisarlo, murió en un cubículo que tenía en el alto de su tasca, en el cordobés
barrio de El Brillante, rodeado de fotos de sus años de luces con Palomo Linares,
El Cordobés, Paco Camino… Nunca fue uno de ellos, pero en las fotos eso no se ve
y seguro de que acabó su vida saboreando el sueño.
Hoy, los sueños se envuelven en intereses diferentes porque,
aunque no falte empuje, todo está materializado, se busca la inmediatez, se
pone precio a cualquier suspiro y se ha perdido la sabia espera del que sabe
que despacio también se llega. España casi duplica la tasa de paro de la UE,
pero no se encuentran camareros, conductores, albañiles, informáticos,
mecánicos, electricistas, carpinteros…¿Qué estamos haciendo mal? El mundo es
más global y eso nos ha hecho perder rasgos propios y el santo temor a las fronteras
que no se pueden pisar. Algo incuestionable, como aceptar la dificultad, el
respeto a la autoridad, a los mayores, se relativiza porque todo es
cuestionable y no hay principio que no pueda ser pisoteado.
Cualquier tiempo
pasado no fue mejor, porque cada época tiene su impronta, pero sería bueno no
“progresar” retrocediendo. La escritora Eva Baltasar, decía en Hoy el miércoles
pasado que “vamos a una sociedad cada vez más medievalizada”.
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