sábado, 2 de marzo de 2024

 

 

La calma del encinar

EN MEMORIA DEL NONO CHICO

                                   Tomás Martín Tamayo

 

Antes de superar la curva que serpenteaba el Cauca y ocultaba las chabolas, oyeron un golpe seco y el griterío alarmado de muchos niños. Pararon cerca, los niños se apartaron temerosos y dejaron ver algo parecido a un montón indefinido de ropa y sangre. Era un niño, uno de ellos. Lo recogieron del suelo como sin huesos, flácido, como los relojes blandos de Dalí. Arrugado, con una mueca entre espanto y felici­dad. Estaba tan destrozado que, al despegarlo del suelo, quedaron restos de sus restos, como esas pegatinas que dejan su huella y que hay que raspar. Era difícil creer que aquello, que se deshacía al levantarlo, hubiera tenido verticali­dad alguna vez. “Han juío, han juío”. Los niños señalaban un camino todavía en nebulosa por el polvo.

Después de muchas dudas, lograron recogerlo, más bien amontonarlo, en el maletero del coche… ¡A nadie se le ocurrió depositarlo en los asientos traseros!  ¿Quién es? “Vive en er poblao, en la casa morá con la manta en la puerta. Estábamos jugando al escondite y apareció aquel bicho negro y grande... ¡Es Nono Chico, er niño del Nono Chispa.

Seguidos por el griterío de los niños, aparcaron en la puerta de la chabola, una manta raída y desflecada en sus bajos. “Oiga, oigaaaa, oigaaaaa!” El adobe de las paredes apagaba la llamada y entraron. Oscuridad y hedor a humedad. Desde el fondo llegaba un canturreo confuso y vago, sin definición, flamenco-moruno o parecido. Siguieron con la luz del móvil hasta llegar al del cante quejoso, tendido en un camastro, acompañándose con las uñas en el rizado de una botella de anís. Se detuvo un momento, miró y prosiguió indiferente con su can­tinela.

—Perdone. ¿Es usted el Nono Chispa, padre de Nono Chico?...  Mire, es que ha habido un accidente... Un coche... Su hijo...

— Normá. Puto niño, siempre pahí... Jugá, jugá, jugá, siempre jugando…

—Es grave... Bueno, yo diría que muy grave. ¿Quiere venir, por favor? Lo tenemos en el coche...

Se levantó alcayatado, con dificultad, y salió con pasos inseguros. Al apartar la puerta manta, la luz entró con ansia. Se acercaron al coche, con el Nono Chispa detrás y abrieron el maletero: “Creemos que es su hijo, oímos un golpe, grito de los niños, lo recogimos…” “Claro, lo brán matáo. Siempre pahí...”

El Nono Chispa miró un poco y deslumbrado por la luz, volvió a entrar en el cuartucho, sin interés. Antes de dejar caer la cortina a sus espaldas dijo algo así como "joer con er puto niño". Y se perdió en la boca negra y hedionda del cubil. Poco después se oyó la cantinela flamenco-moruna y el ruidillo de sus uñas sobre la botella de anís.

Tres años después volvieron y todo seguía igual, excepto que el coche que dejaron en la puerta estaba destarta­lado por mil saqueos, irreconocible. La chabola del Nono Chispa seguía en pie, protegida por la misma manta, más reseca y descolorida. Desde dentro, como vomitado por un eructo del averno, llegaba el canturreo flamenco-moruno de siempre. “Oiga, oigaaa, oigaaaa”, pero nadie respondió. Unos niños se acercaron y preguntaron.

— ¡Lonterraron pahí y el Nono Chispa vendió casi to er coche!

Del coche quedaba algo, pero del Nono Chico ni el recuerdo, porque hasta los niños eran otros niños. Muchos años más tarde aquella pesadilla seguía aferrada en el presente, como la carne del niño al polvo del camino.

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