sábado, 20 de enero de 2024

 

Funcionarios de prisiones

En España hay 48.720 presos, distribuidos en 92 centros penitenciarios, pero la institución apenas se asoma a los telediarios y si lo hace es para subrayar algún fallo de la misma. Es la apestada del sistema. Ahora se ha fugado de la prisión de Alcalá Meco un recluso peligroso y llevamos más un mes con la tabarra del descontrol, de la falta de profesionalidad y hasta de la complicidad de algunos funcionarios, porque parece incomprensible que un recluso así pueda salir, tranquilamente, salvando todos los controles por un cúmulo de errores encadenados. Tres funcionarios han sido expedientados, una iniciativa lógica, porque es necesario depurar responsabilidades y, sobre todo, taponar esas grietas aisladas en un sistema de seguridad altamente eficaz, como las estadísticas demuestran.


¿Fuera de errores, se acuerda alguien de las prisiones? Jamás. Las cárceles son necesarias, pero nadie quiere saber de ellas y ni en el machaqueo oportunista de fechas claves, como fiestas y navidades, se acuerdan de los que están al frente de una institución con lo ‘mejorcito’ de cada casa. La policía coge a los delincuentes y los jueces los condenan, pero los que los atienden durante años son los funcionarios de prisiones.


Sobre las prisiones españolas existen bulos imposibles de desmontar, porque se parte de la premisa de que, como casi todo es un cachondeo, la cárcel no va a ser diferente, aunque lo es. Cada vez que entra en prisión un capitoste, político, financiero, famoso o con apellidos de relumbrón, siempre se suelta la bicha de que su vida allí dentro se asemeja a la de un ricacho caribeño, asoleándose bajo una palmera. Por supuesto comida a la carta, multicanales en la televisión, piscina, Internet y móvil para no perder sus contactos con el exterior. Y, no exagero, he llegado a oír que con entradas nocturnas de señoritas elegidas en un catálogo que facilitan los propios funcionarios… O con salidas después de la cena y vuelta en la madrugada para el recuento… ¡Cuánta tontería ha sembrado en algunas cabezas las series de narcos, sobre Pablo Escobar!


¿Alguien puede creer semejantes disparates? Sí. Las gilipolleces existen porque hay gilipollas que las propagan y gilipollas que las creen. En una tertulia televisiva, un sabihondo afamado, de esos que saben de todo, comentando el encierro de Oriol Junqueras y otros miembros del club de la comedia catalana, insinuaba, con mucho énfasis y peor leche: «Puedo asegurar que el rancho carcelario no lo ven y que no les falta la butifarra ni el cava». ¡Tonto p’a siempre!


Las prisiones españolas, así lo creo y alguna razón debe ampararme después de haber ejercido la docencia 43 años en ellas, son de lo poco serio que nos queda. En su seno da igual Agamenón que su porquero. Allí todos tienen la misma agenda, el mismo patio, el mismo comedor, el mismo retrete y rancho. No hay más privilegios de los que uno mismo gestiona con su buena conducta y esta no exime a nadie de los mismos horarios y las mismas restricciones. Los controles son tantos que, además, hacen imposible cualquier privilegio o inquina hacia un recluso… Salvando los trapicheos internos de grupos, mafias y clanes, dentro de la cárcel todos los reclusos tienen lo mismo, aunque ya se sabe: «Ay patio de la cárcel, / rincón de la barbería, / al que no tiene dinero, / lo afeitan con agua fría».


Y para acabar permítaseme un breve comentario sobre los funcionarios multidisciplinares que las atienden. En su conjunto son profesionales cualificados, titulados que se toman su trabajo con rigor y dedicación, y que no están allí para favorecer o desfavorecer a nadie. La cárcel es muy dura y los más «altos» son los que más la sufren, aunque algún sabidillo quiera denostar el sistema abonando una imaginación delirante. En ellas se acaba el cuento y la excelencia. En el mismo patio pasea el obispo y el monaguillo.

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