sábado, 27 de enero de 2024

ANTE LA MOMIA DE LENIN

 

Ante la momia de Lenin

Bajo una lluvia cansina, una veintena de extremeños hacíamos cola, prieta la fila, en la Plaza Roja de Moscú, para ver el cadáver momificado de Lenin. La previsión más optimista era de una hora, antes de subir la escalinata y al paso, sin detener la fila, ver a la deidad comunista. Muy lejos, posiblemente a más de un kilómetro de distancia, uno encendió un cigarrillo que, antes de la primera calada, un gigantón uniformado le apagó casi en la cara de un manotazo. La guíaintérprete, que nos conducía como rebaño, se acercó al osado y lo increpó en voz baja, muy airada: «¡Un respeto, no se puede fumar ni hablar en la fila para ver el cadáver del padre camarada!». En la cola muchas recién casadas, de blanco, soportaban la llovizna para ofrecer el ramo nupcial a la momia y alumnos de alguna academia militar, uniformados de gala para la ocasión, avanzaban firmes, en perfecto orden, mirada al frente, en silencio. Al llegar, seis escalones nos dejaban en una plataforma y desde ella, a la izquierda, ligeramente inclinada, estaba la momia, con los ojos cerrados e iluminada por una luz tenue que no dejaba ver los detalles. Al paso, no se podía bracear ni parar, solo mirar y seguir. ¿Momia, careta o un molde de escayola? Solo daba tiempo para una breve mirada y seguir hasta la salida en la que, fuera de la fila, uno se sentía liberado.


¿Qué hacíamos allí los extremeños? Eso nos lo preguntamos después, de vuelta al hotel, ateridos de frío y cuando habíamos cumplido con el extraño ceremonial de la cabezada ante la momia del líder supremo de la revolución bolchevique. Estábamos en Moscú, en los prolegómenos de sus Olimpiadas, junto a representantes de otras comunidades, para participar en la Feria Internacional del Libro, invitados por la embajada de la URSS en España. La delegación extremeña, en su mayoría compuesta por periodistas, tenía una programación cerrada, en la que entraba una visita al Pravda, el periódico oficial y casi de obligada lectura. El Ayuntamiento de Moscú, Teatro Bolshói, un centro cívico y el metro, pero sin salir de las estaciones preparadas como exposición para turistas. Viaje en tren a Leningrado (ahora San Petersburgo), visita al Hermitage... Querían mostrar una cara amable, pero como no tenían práctica, solo conseguían una caricatura.


Vladímir Ilích Uliánov, alias Lenin, murió el 21 de enero de 1924, pero en la Rusia actual, donde antes era el «día del llanto nacional» se ha programado el olvido del centenario de su muerte. Ya no hay colas para ver a la momia, las novias y los cadetes militares han desaparecido y solo los viejos comunistas homenajearon el pasado miércoles al líder bolchevique, en su mausoleo de la Plaza Roja, en la que llegaron a concentrarse un millón de personas «para llorar juntas». Un ceremonial restringido, sin música ni parafernalias, vigilado de cerca y mirado con recelo por los actuales mandatarios, que recuerda los celebrados en el Valle de los Caídos hasta la exhumación de Franco. En los medios de comunicación no ha habido recordatorio y el todopoderoso Pravda solo publicó un breve anecdotario, en el que se incluía la conveniencia de exhumar los restos y cerrar el mausoleo.


En el «zarismo» de Putin –capitalismo duro de clanes–, no cabe el comunismo ni su memoria, pese a haber cimentado su ascenso como admirador de Lenin y de Stalin. Hoy, en el revisionismo que Putin ha impuesto, Lenin es... ¡Una momia! Al «lenilismo» le tomó el relevo el «stalinismo» y después de muchos «ismos», ahora están el «putismo». Pobres rusos, siempre respirando debajo de una bota.

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