sábado, 2 de diciembre de 2023

Publicado en HOY y NORTE de CASTILLA

 

Agazapado

El parte de guerra contra el covid comenzaba muy temprano y el número de muertos, que nos daba Fernando Simón, ocupaba un espacio en las portadas de todos los medios. En mi entorno y en pocos meses, se llevó a nueve, llenándome de temor porque, entre las bajas estaban tres amigos con los que solía «cervecear». Ululando, la sirena del miedo arrasaba porque sus acometidas eran retransmitidas casi en directo. Fueron días raros, de confinamientos y convivencias inéditas, en las que, con una información no contrastada, nos enfrentábamos a un enemigo invisible, que no tenía nada que ver con el que los llamados expertos pretendían presentarnos: «Se propaga por los estornudos, la tos, la sudoración». ¡Cuidado con las mascotas exóticas! Queda larvado en la madera, espera paciente en los metales, barandillas y botones de los ascensores. Es necesario usar guantes y abrir las puertas con un artilugio en forma de llave con palanqueta y del que se vendieron 500.000 en una semana. ¡Cuidado, no dar la mano ni besar! Mascarillas, parasoles, geles, lejías, detergente con específicos, desinfectantes y los bulos que surgían de la calle. De vez en cuando te llamaban para anunciar una nueva víctima conocida. Más miedo.


Confinaron sin saber para qué y desconfinaron sin saber por qué, porque al carecer de una información autorizada, la que nos llegaba la poníamos en cuarentena, como si también estuviera contaminada. Alfombras de lucimiento para ministros, tribunas para supuestos científicos que se paseaban por todas las cadenas, una comisión de expertos inexistente y el trampolín elegido por los políticos para entrar en nuestras casas, con un bla, bla, bla cansino. Aburrían, no se entendía nada porque lo único que se vendía era imagen, jeta y oportunismo. En el Gobierno, hasta se distribuyeron los tiempos, porque todos querían mojar su pan en la pandemia.


Resulta imposible cuantificar la letalidad del virus, porque eso se impidió incluso en España, pero algunos estudios la sitúan en 30 millones de víctimas mortales. Y sigue matando. Después de una vacunación masiva, de una, dos, tres, cuatro… dosis sigue eligiendo al azar, preferentemente en un tramo de edad y, como se sabía y se sabe, la «normalización» de puertas abiertas y mascarillas fuera, no solo sostiene su contagio, sino que lo aumenta. Del confinamiento salieron manadas de «ñus» en estampida. No sé si hemos alcanzado la añorada «inmunidad de rebaño», pero somos más rebaño que antes.


A mí me ha vuelto a coger y me tiene muy limitado, fiebre alta, articulaciones oxidadas, dolor de garganta… Mi nieto Tomás, otra de sus víctimas, lo resumía muy bien: «A mí no me duele el covid, a mí lo que me duele son los dolores».


¿En qué situación nos encontramos? Solo puedo hablar de la mía, porque parece que hay tantos covid como víctimas y cada uno, como en la feria, cuenta según le ha ido. Nunca podremos recuperar las renuncias de aquel tiempo, lejos de la familia, amigos, hijos, nietos… pero la voracidad de bichito no se ha detenido y aunque su mortalidad es inferior, sigue dando zarpazos indiscriminados. Vino para quedarse y se quedó, porque ni vacunas ni geles lo han detenido. Nadie le hace caso, pero el muro que alguno quiere levantar no le afecta. Y este, el resiliente que seguimos sufriendo, lo aseguro, tiene muy mala leche.

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