La ventana indiscreta/La calma del encinar
TODA PRECAUCIÓN ES POCA
Tomás
Martín Tamayo
Por mensajero recibí la invitación de un amigo, para asistir
a la celebración de la primera comunión de su nieto. Era rara, porque el sobre
contenía un rosetón, que tuve que raspar para visualizar un número de cinco cifras
y una app en la que debía entrar. Lo hice y se abrió la pantalla con un fondo
azul y un recuadro amarillo, en el que tuve que escribir el número secreto. Se desplegó
una pestaña lateral con otro recuadro, que me solicitaba un número de móvil para
enviarme una clave que me permitiría acceder al local de la celebración. Tanta
precaución me intrigaba, pero como mi amigo es muy precavido, seguí las
instrucciones.
El día de la celebración me presenté en el lugar de la cita
y, nada más aparcar el coche, un señor de negro se acercó para solicitarme el
DNI o pasaporte. Lo superé y en la puerta, otros dos, con ordenadores
portátiles sobre un atril, me pidieron la clave que yo había recibido en mi
móvil. Mirándome con desconfianza, como cuando intentas entrar en EE. UU,
introdujeron el número, sonó clin y me pegaron en la solapa una pegatina con
otro número. Pasé, superé la entrada y una señora, con atributos de vaca
lechera, salió detrás de una cortina, comprobó que el número que me habían dado
en la puerta estaba en su listado y con un un giro de cabeza me indicó que
siguiera. Había un pasillo y al fondo una puerta. Seguí y al llegar a ella, dos
cámaras me fotografiaron. Concluido el proceso, la puerta se abrió y, por fin,
accedí a un lugar luminoso, donde la gente, música amable y copa en mano,
charlaba con total normalidad. Mi amigo me vio y vino sonriente a mi encuentro.
Mientras me abrazaba le pregunté:
-¿Y todo esto…?
-Calla, calla, toda precaución es poca, que la semana pasada
vieron a Félix Bolaños por los alrededores…
Llegó el nieto, trajeado, repeinado, comulgado, de la mano
de su madre y después de los vítores y aplausos, cuando pasábamos a un salón
para el almuerzo, se oyó un golpe estridente y algo parecido a un búho gigante
se estrelló contra una puerta lateral, rompiendo los cristales. Un susto,
porque el pajarraco cayó dentro del salón y se movía con violencia, con un
gritillo ensordecedor, aturdido por el golpe contra los vidrios. Dos hombres de
negro y la de los atributos de vaca lechera, se movilizaron con celeridad y
placaron al bicho, empeñado, a toda costa, en llegar al salón del almuerzo. Al darle
la vuelta el “¡Ohhh!” fue generalizado porque era un disfraz de búho con gafas
y cuando lo retiraron, todavía aturdido, de él salió Félix Bolaños. Se lo
llevaron en volandas.
Superado el momento, fuimos ocupando en la mesa el lugar que
nos correspondía, señalado con un tarjetón triangular con nuestro nombre.
Sentado, mientras desplegaba la servilleta, miré al comensal que me había
tocado al lado y … ¡Dios, era Félix Bolaños! No quise alarmar a nadie, me
levanté y fui a los lavabos para mojarme la nuca con agua fría. Estaba sudando,
miré el espejo y ¡allí estaba Félix Bolaños! Asustado, me refugié en un váter,
cerré por dentro y levanté la tapadera… ¡Era él! Desde el fondo del agua, serio
y circunspecto, con su carita de “harrypotter”, me miraba Félix Bolaños.
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