La calma del encinar
LA TASCA DE LAS BOGAS
Tomás Martín Tamayo
Se casó con la viuda, muy mayor,
del dueño de “La Boga”, que lo hizo
viudo al poco y allí se quedó, toreando la resignación mansa de un destino que
no había imaginado. Nunca conocí un vivo tan muerto y tan triste como
“Siquillo”. Cuando llegaba la hora del cierre apagaba y encendía las tres
bombillas mortecinas sobre el mostrador y si la salida se dilataba, segundo
aviso, se acercaba con un “¡Vamos que nos vamos!”, que no admitía última ronda.
El aliñador de bogas picantes había conocido días de gloria como
promesa del toreo y la prensa recogió en titulares el vaticinio de El Cordobés:
“Ese siquillo tiene mucho que decir”. “Siquillo” se quedó para siempre. Allí estaba
la sentencia, enmarcada en un titular del Diario de Córdoba. Las desconchadas
paredes de su tasca daban testimonio de un pasado que apenas tuvo presente.
Fotografías amarillentas con Paco Camino, Palomo Linares, El Viti, El Cordobés,
Victoriano Valencia… Pero no llegó y, como tantos, el eco de los aplausos quedó
prendido de su memoria, allí dentro, zumbando como un enjambre de abejas.
Clemente Matas, “Siquillo”, apenas dijo algo en ese mundo y enmudeció de una
forma despiadada para uno señalado como futuro “grande”.
Sin las fotos delatoras de las paredes nadie hubiera imaginado que el
cojito de las bogas, muy pocos años antes, había recibido la bienvenida de las
figuras consagradas del toreo. La mala suerte le llegó en la pisada de un novillo, que le descompuso
para siempre el puzle de huesos del pie
izquierdo. No hubo solución ni con una novillada de ayuda y después de entregar lo poco que había
ahorrado en sus días de cuatro horas, dijo adiós a un sueño que lo enclaustró
en una tasca, para que hiciera el paseíllo de gloria entre el mostrador de
madera y las botellas que dormitaban cubiertas de polvo, en una repisa a su
espalda.
En septiembre he vuelto a Córdoba y en una mañana vacía -“llenan mis
recuerdos la taberna”-, fui a buscar un sitio que puede que nunca existiera. No
encontré ni la calle, pero cerca, más o menos, en una cafetería impersonal, nadie sabía del novillero de los sueños cojos.
¿Qué habrá sido de las fotos de “Siquillo” con las figuras del toreo? ¿Y del mostrador
de madera? ¿En qué vertedero estará el lebrillo de las bogas? En el cementerio
de Córdoba, el enterrador me señaló un nicho en tercera planta, con las iniciales CM arañadas
sobre el cemento.
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