La calma del encinar
CELDRÁN NO ERA
HOMÓFOBO
Tomás Martín Tamayo
Cuando las reivindicaciones se exacerban hasta caer en la intransigencia, se apartan de
la razón, pierden fuelle, caen en el ridículo y alientan el radicalismo en
dirección contraria. Ahora toca recoger firmas, dicen que tienen más de tres mil, para que se retire la estatua de Miguel
Celdrán, al que tildan de homófobo. ¡Qué ligereza a la hora de repartir paridas!
Es mentira, Celdrán no era homófobo y jamás
practicó una política discriminatoria por la que pudiera hacerse acreedor de
semejante calificativo. No deberían jugar así con la memoria de un señor, buen
alcalde, fallecido. Aquello de “los palomos cojos” fue una “celdranada” al paso
y sin intención de ofender a nadie, como lo prueba el hecho de que, durante su
mandato, la fiesta alcanzó su máximo esplendor, con el apoyo decidido del
Ayuntamiento que presidía. Celdrán no era homófobo aunque a algunos, por
razones políticas, les amarga una estatua que se ha levantado por suscripción
popular. ¿Ensucia, que algo queda?
Yo tenía con Celdrán una relación
de cortesía, nunca estuve en ninguno de
sus círculos, amigos, políticos, sociales,
aficiones, cañas de medio día… y más allá de los saludos educados creo que solo
en dos ocasiones mantuvimos conversaciones de cierta enjundia. Una de ellas
junto a Jaime Álvarez-Buiza, porque
fuimos a su despacho para sugerirle una estatua que recordara a los poetas
Valhondo, Pacheco y Lencero. Nos escuchó con atención, tomó nota, dijo que le
gustaba la idea y poco después se hizo realidad, aunque nunca nos señaló como
impulsores primigenios. Hoy “los cabezones” otean el horizonte desde una rotonda, en las inmediaciones del
primer puente. Los tres poetas están allí para gloria de Badajoz, al margen de
los impulsores, del propio Celdrán e incluso al margen del maestro Giraldo, que
los moldeó. El segundo encuentro, que me reservo por ahora, tuvo algo de
desencuentro y fue en su despacho, a
petición de Alejandro Ramírez del Molino, su hombre de confianza.
Celdrán no bajaba barreras que no se pudieran levantar
después, no era hombre de portazos. La intolerancia no entraba en su patrimonio
y en alguna ocasión le oí lo beneficioso que podía ser para Badajoz “la
tontería que dije de los palomos cojos”. Por eso lo alentó desde el principio.
Si esas gansadas las hubiera dicho un alcalde de izquierda, como el bueno de
Manolo Rojas, hubieran producido hilaridad y se habría dado carpetazo, a pesar
de que si había alguien con más gracia que Arévalo para contar chistes de
mariquitas, era Manolo Rojas.
Estuve en quinta fila y por casualidad, el día que inauguraron su estatua
y recuerdo lo que le dije a una emisora que quiso recoger mi opinión: “Pronto
la cagarán las palomas”. Otra tontería de las que se dicen cuando no se sabe
qué responder. No tildo a nadie de “paloma cagona”, pero montar una recogida de
firmas para trasladar una estatua merecida, que honra al modelo y a la ciudad,
me parece un reconocimiento paladino de que se carecen de argumentos para
denigrar una imagen muy sólida. Y proclamar como razón estelar que la estatua
está a pocos metros de la que fue una cárcel para homosexuales, “lo que supone
un ataque consciente y directo, además de una deshonra para la memoria y el
sufrimiento de todas esas personas” me resulta desternillante. Desde hoy, qué
sorpresa se llevaría Celdrán, me declaro “celdranista”.
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