lunes, 6 de septiembre de 2021

EL NORTE DE CASTILLA/La ventana indiscreta/Una gran cagada

 

 

 

 

                          La ventana indiscreta

                          UNA GRAN CAGADA

 

                                          Tomás Martín Tamayo

 

 

La capacidad ofensiva del Imperio romano era tan efectiva que muchos pueblos se entregaban, llenando los caminos con las armas vencidas y sin haberlas desenvainado. Roma conquistaba al trote de sus caballos, pero al llegar al norte de Hispania se encontraron con unos desinformados que ignoraban el poderío del ejército romano, al que plantaron cara causándole numerosas bajas  y haciéndole retroceder. El mayor y más disciplinado ejército  del momento  no sabía guarecerse de la noche, emboscadas, ventiscas o de los recodos del camino. Después de años de fracaso, el propio Augusto se desplazó hasta Asturias para acabar con los “rudos”, pero volvió a Roma agotado, enfermo y psíquicamente vencido. Los asturcántabros recogían sus muertos, los enterraban y seguían luchando. Si un día retrocedían dos pasos, al siguiente avanzaban tres, dejando un reguero de muerte entre las filas romanas. Allí dejó el imperator al general Agripa y a Tiberio y volvió a Roma  enfermo, agotado, avergonzado tras su primer fracaso como general. ¡Diez años tardaron en superar el cerco de los cántabros, que ni vencidos se sometieron!

 Lyndon B. Johnson, el presidente que sustituyó a Kennedy tras el magnicidio, no sabía historia y metió a EE.UU en un conflicto que también duró diez años. Poco antes de morir en una residencia de ancianos, William Childs Westmoreland, el general de mayor rango en EE.UU, que dirigió la ofensiva en la guerra del Vietnam, resumió en tres palabras el resultado final: “Una gran cagada”. Seis millones de muertos, entre ellos 60.000 estadounidenses, 20.000 desaparecidos y una sangría económica “como para retirar en un resort de lujo a todos los habitantes de Chicago”.  Millares de soldados abandonados a su retorno, que llenaron morgues, hospitales,  cárceles y psiquiátricos. Una gran cagada.

 ¿Aprendieron de Vietnam? Veinte años han estado EE.UU y sus aliados zascandileando en Afganistán. España, el séptimo país más comprometido, ha dejado en el experimento 104 vidas y 5.500 millones de euros. Más de 27000 militares y guardias civiles han estado en una guerra que, como se ha demostrado, no tenía una misión concreta, aunque nuestro gran papanatas diga “misión cumplida”. ¿Qué misión? ¿Implantar en Afganistán la democracia? Suena a “fistro de la pradera”. Al final, otra gran cagada.

 Le ha tocado al presidente Biden reconocer el fracaso, sacando a EE.UU de un avispero en el que el gobierno de Afganistán se sentía provisional, los afganos lo daban por perdido y el ejército apenas entró.  ¡A la casilla de salida veinte años después! ¿Por qué hay que salvar a los pueblos que no quieren ser salvados? Los talibanes, en la sombra, aguardaban afilando sus cuchillos y ante la estampida de las fuerzas “democráticas”, que dejaron en su huida armamento militar de última tecnología, en un par de semanas han avanzado lo que retrocedieron en veinte años. Dicen, qué gracia, que estos son otros talibanes.  Sí, sí, pero los afganos y sobre todo las afganas, están quemando faldas y vaqueros porque saben que usan el mismo cuchillo y la misma soga.

 Y todos contentos, pies para qué os quiero. ¿Ayudamos ahora a los talibanes para derrotar a los de al Qaeda, Estado Islámico…? La solución la ha dado Margarita Robles  para los que no tenían salvoconducto: “¡Que griten el nombre de España!”. Y de apellido, entre bomba y bomba, “una, grande y libre”.

 

 

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