La ventana indiscreta
UNA
GRAN CAGADA
Tomás Martín
Tamayo
La capacidad ofensiva del Imperio romano era tan efectiva que muchos
pueblos se entregaban, llenando los caminos con las armas vencidas y sin haberlas
desenvainado. Roma conquistaba al trote de sus caballos, pero al llegar al
norte de Hispania se encontraron con unos desinformados que ignoraban el poderío
del ejército romano, al que plantaron cara causándole numerosas bajas y haciéndole retroceder. El mayor y más disciplinado
ejército del momento no sabía guarecerse de la noche, emboscadas, ventiscas
o de los recodos del camino. Después de años de fracaso, el propio Augusto se
desplazó hasta Asturias para acabar con los “rudos”, pero volvió a Roma
agotado, enfermo y psíquicamente vencido. Los asturcántabros recogían sus
muertos, los enterraban y seguían luchando. Si un día retrocedían dos pasos, al
siguiente avanzaban tres, dejando un reguero de muerte entre las filas romanas.
Allí dejó el imperator al general Agripa y a Tiberio y volvió a Roma enfermo, agotado, avergonzado tras su primer
fracaso como general. ¡Diez años tardaron en superar el cerco de los cántabros,
que ni vencidos se sometieron!
Lyndon B. Johnson, el presidente que sustituyó a Kennedy tras el
magnicidio, no sabía historia y metió a EE.UU en un conflicto que también duró
diez años. Poco antes de morir en una residencia de ancianos, William Childs
Westmoreland, el general de mayor rango en EE.UU, que dirigió la ofensiva en la
guerra del Vietnam, resumió en tres palabras el resultado final: “Una gran
cagada”. Seis millones de muertos, entre ellos 60.000 estadounidenses, 20.000
desaparecidos y una sangría económica “como para retirar en un resort de lujo a
todos los habitantes de Chicago”. Millares
de soldados abandonados a su retorno, que llenaron morgues, hospitales, cárceles y psiquiátricos. Una gran cagada.
¿Aprendieron de Vietnam? Veinte años han estado EE.UU y sus aliados
zascandileando en Afganistán. España, el séptimo país más comprometido, ha
dejado en el experimento 104 vidas y 5.500 millones de euros. Más de 27000
militares y guardias civiles han estado en una guerra que, como se ha demostrado,
no tenía una misión concreta, aunque nuestro gran papanatas diga “misión
cumplida”. ¿Qué misión? ¿Implantar en Afganistán la democracia? Suena a “fistro
de la pradera”. Al final, otra gran cagada.
Le ha tocado al presidente Biden reconocer el fracaso, sacando a EE.UU
de un avispero en el que el gobierno de Afganistán se sentía provisional, los
afganos lo daban por perdido y el ejército apenas entró. ¡A la casilla de salida veinte años después! ¿Por
qué hay que salvar a los pueblos que no quieren ser salvados? Los talibanes, en
la sombra, aguardaban afilando sus cuchillos y ante la estampida de las fuerzas
“democráticas”, que dejaron en su huida armamento militar de última tecnología,
en un par de semanas han avanzado lo que retrocedieron en veinte años. Dicen,
qué gracia, que estos son otros talibanes. Sí, sí, pero los afganos y sobre todo las
afganas, están quemando faldas y vaqueros porque saben que usan el mismo
cuchillo y la misma soga.
Y todos contentos, pies para qué os quiero. ¿Ayudamos ahora a los
talibanes para derrotar a los de al
Qaeda, Estado Islámico…? La solución la
ha dado Margarita Robles para los que no
tenían salvoconducto: “¡Que griten el nombre de España!”. Y de apellido, entre
bomba y bomba, “una, grande y libre”.
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