sábado, 12 de junio de 2021

 


                          La calma del encinar

                          SALIR DEL AGUJERO

 

                                            Tomás Martín Tamayo

 

Después de más de un año de confinamiento, entre obligatorio y voluntario, hemos salido del agujero para encontrarnos con nuestros hijos y nietos. Para los amigos aún es pronto. Tengo una hija que, tal vez por deformación profesional, es médico, nos ha tenido bajo un control férreo y cada vez que se acercaba el añorado reencuentro surgía algún impedimento que lo frustraba. Un niño que tosía, otro con unas décimas, el vecino hospitalizado, el aula del colegio que se había cerrado, un compañero de profesión que había dado positivo… Un sin vivir porque el bichito tiene infinitas cabezas y había demostrado sus preferencias por los de edad “asentada”. Pero como todas las monedas tienen dos caras, si una es la amenaza y el peligro, en la otra anida el sosiego, la paciencia, la calma… Y esos factores nos han ayudado para soportarlo.

 

Salir después de un año de aislamiento evidencia aristas que ignorábamos porque, durante este tiempo sin bares, restaurantes, amigos, bodas, bautizos y encuentros familiares, la agorafobia, aun leve, hace acto de presencia y en los espacios abiertos pueden verse amenazas que solo existen en nuestra cabeza. ¿Así ha sido? Sentarnos frente al mar de Sanlúcar de Barrameda para degustar  una copa de manzanilla y unos chopitos, resultaba algo inquietante, pero tras el primer momento el sosiego se impone y con la segunda manzanilla la amenaza parece balancearse con las olas.

 

Ya sé que la comparación es muy desproporcionada, pero la agorafobia tiene muchos grados y creo que, de alguna forma, el mundo entero ha entrado en su redil.  He conocido  a reclusos que, siendo gallitos en el corral de la prisión, se mostraban angustiados los días previos a su liberación,  porque eran conscientes de que, al otro lado del muro, les esperaba un mundo que desconocían y que intuían hostil. Tuve un alumno que era una especie de hombre orquesta en los negocios carcelarios,  porque allí dentro no se movía una loseta sin que él lo supiera,  desde el trapicheo de drogas a las apuestas, pero que el día de su liberación, después de quince años preso, estuvo esperándome cinco horas en la puerta para que yo le llevara hasta la estación de autobuses “porque yo no sé cómo funciona la calle”. Se mostraba tan desasistido que tuve que acercarme a la ventanilla para sacarle el billete hasta Sevilla y al final casi subirlo al autobús. “¿Quién te ha visto y quién te ve, Gordillo?” “Ya ve usted, la vida, don Tomás…”

 

Después de un año, vacunado y con una incidencia muy baja en el entorno, ha sido especialmente gratificante encontrarnos con nuestros hijos, la algarabía de los niños, compartir un plato, saborear una cerveza, la caricia del viento, el rumor del mar… Placeres en los que no reparábamos antes de que el virus pusiera rejas en nuestro horizonte. “La vida”, a la que hacía referencia Gordillo, volverá algún día, pero no nos van a devolver lo que nos han quitado y cuando salgamos  de esta pesadilla entraremos en un espacio más minimalista que el que hemos tenido, tan barroco por  su exuberancia ornamental. Aprenderemos a acercarnos a la ventanilla y pedir, sin que nos tiemble la voz, un billete hasta… Tal vez hasta un pasado que dijo adiós para siempre.

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