La calma del encinar
SALIR DEL AGUJERO
Tomás Martín Tamayo
Después de más de un
año de confinamiento, entre obligatorio y voluntario, hemos salido del agujero
para encontrarnos con nuestros hijos y nietos. Para los amigos aún es pronto.
Tengo una hija que, tal vez por deformación profesional, es médico, nos ha
tenido bajo un control férreo y cada vez que se acercaba el añorado reencuentro
surgía algún impedimento que lo frustraba. Un niño que tosía, otro con unas
décimas, el vecino hospitalizado, el aula del colegio que se había cerrado, un
compañero de profesión que había dado positivo… Un sin vivir porque el bichito
tiene infinitas cabezas y había demostrado sus preferencias por los de edad
“asentada”. Pero como todas las monedas tienen dos caras, si una es la amenaza
y el peligro, en la otra anida el sosiego, la paciencia, la calma… Y esos
factores nos han ayudado para soportarlo.
Salir después de un
año de aislamiento evidencia aristas que ignorábamos porque, durante este
tiempo sin bares, restaurantes, amigos, bodas, bautizos y encuentros
familiares, la agorafobia, aun leve, hace acto de presencia y en los espacios
abiertos pueden verse amenazas que solo existen en nuestra cabeza. ¿Así ha
sido? Sentarnos frente al mar de Sanlúcar de Barrameda para degustar una
copa de manzanilla y unos chopitos, resultaba algo inquietante, pero tras el
primer momento el sosiego se impone y con la segunda manzanilla la amenaza
parece balancearse con las olas.
Ya sé que la
comparación es muy desproporcionada, pero la agorafobia tiene muchos grados y
creo que, de alguna forma, el mundo entero ha entrado en su redil. He
conocido a reclusos que, siendo gallitos en el corral de la prisión, se
mostraban angustiados los días previos a su liberación, porque eran
conscientes de que, al otro lado del muro, les esperaba un mundo que
desconocían y que intuían hostil. Tuve un alumno que era una especie de hombre
orquesta en los negocios carcelarios, porque allí dentro no se movía una
loseta sin que él lo supiera, desde el trapicheo de drogas a las
apuestas, pero que el día de su liberación, después de quince años preso,
estuvo esperándome cinco horas en la puerta para que yo le llevara hasta la
estación de autobuses “porque yo no sé cómo funciona la calle”. Se mostraba tan
desasistido que tuve que acercarme a la ventanilla para sacarle el billete
hasta Sevilla y al final casi subirlo al autobús. “¿Quién te ha visto y quién
te ve, Gordillo?” “Ya ve usted, la vida, don Tomás…”
Después de un año,
vacunado y con una incidencia muy baja en el entorno, ha sido especialmente
gratificante encontrarnos con nuestros hijos, la algarabía de los niños,
compartir un plato, saborear una cerveza, la caricia del viento, el rumor del
mar… Placeres en los que no reparábamos antes de que el virus pusiera rejas en
nuestro horizonte. “La vida”, a la que hacía referencia Gordillo, volverá algún
día, pero no nos van a devolver lo que nos han quitado y cuando salgamos
de esta pesadilla entraremos en un espacio más minimalista que el que
hemos tenido, tan barroco por su exuberancia
ornamental. Aprenderemos a acercarnos a la ventanilla y pedir, sin que nos
tiemble la voz, un billete hasta… Tal vez hasta un pasado que dijo adiós para
siempre.
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