La calma del encinar
INIMPUTABLE E INNOMBRABLE
Tomás Martín Tamayo
Se miraron de reojo y sobre el asfalto cayeron hilachas de las
vestiduras al rasgarse: ¡Ha nombrado al Rey, ha nombrado al Rey! Qué osadía, la
Díaz Ayuso, con Pablo Casado a su izquierda, se acercó al micrófono y sin
anestesia, se preguntó por el papel o papelón del rey al ratificar con su firma
la propuesta que el Gobierno le pase sobre los indultos a los secesionistas. Un
trágala de mucha enjundia porque los futuros indultados, además de no reconocer
a la Justicia española, a su Constitución y a la jefatura del Estado, se niegan
a compartir espacio con él, desoyen las invitaciones protocolarias de la Casa
Real y no participan en los gestos de cortesía que las comunidades tienen con
el Rey. Ignoran la evidencia negando lo evidente.
“¿Qué va a hacer el Rey de España a partir de ahora? ¿Va a firmar esos
indultos? ¿Le van a hacer cómplice de
eso?” La diplomacia no es su fuerte, Díaz Ayuso usa y abusa de su desparpajo,
pero soltó de una tacada varias liebres que huyeron despavoridas en todas las
direcciones. Más allá del hecho en sí, señaló el papel, meramente ornamental de
la monarquía que, en ocasiones como la señalada, no supera la condición de “tragasables”.
Constitucionalmente el Rey solo tiene la opción de firmar lo que el Gobierno le
pasa y no se cae en herejía por preguntar en voz alta para qué sirve una firma que
es forzada y no puede cuestionar el fondo de lo que con ella se sanciona. A efectos prácticos es como si Pedro Sánchez
tuviera en su bolsillo un sello de caucho con la firma del Rey.
Punto importante para una reforma constitucional que se hace inevitable
porque, entrando en paradojas, ¿tendría el Rey que sancionar con su firma
propuestas que atenten contra la jefatura del Estado o la propia institución
monárquica? Ay, ay, ay. ¿No se reserva para el monarca ningún veto de conciencia?
¿El Rey es un brazo automático que no puede entrar en el fondo de lo que firma? ¿Cuál es
su responsabilidad en el asunto si se derivaran causas penales?
La figura del Rey es inimputable con carácter genérico, algo que parece
desproporcionado cuando se trata de asuntos que no afectan a su papel como Jefe
del Estado. Y como es inimputable su padre no está imputado, pero ¿también es
innombrable? A mí me pareció muy certero el señalamiento de Díaz Ayuso,
marcando la diana y adelantándose a lo
que, inevitablemente, acabaría siendo centro del debate nacional. “Pronto, muy
pronto” según Miquel Iceta, bailarín y ministro
de algo, el Gobierno aprobará los indultos y, forzosamente los pasará al Rey
que, obligatoriamente, los tendrá que firmar. ¿Nadie iba a reparar en lo
estrafalario del acto? Un Gobierno que aprueba unos indultos que necesitan ser
refrendados por el Rey y un Rey obligado a firmar un guiso que no ha elaborado.
¡Cuánto paseíllo inútil, cuánta paradoja y qué galimatías!
Al día siguiente las traducciones de lo que
había querido decir la presidenta de la Comunidad de Madrid, salieron incluso
de su propia boca, pero sobraban todas porque ella se explicó muy bien. Un
papelón para todos por el desnorte de un Gobierno empeñado en mantenerse sobre
el alambre a costa de lo que sea.
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