sábado, 15 de mayo de 2021

HOY, La Calma del encina: Ñúes al galope

                                                        La calma del encinar 
                                                        ÑÚES AL GALOPE

                                                                            Tomás Martín Tamayo 

 En 1902, Don Benito se convulsionó con dos crímenes que conmovieron a España durante meses y no había posada, fonda o pensión para acoger a tanto periodista desplazado hasta allí. El típico señorito de la época, ayudado por un criado, asaltó una casa con la intención de violar a Inés María, una joven de 18 años que se resistió hasta la muerte. Todavía, 119 años después, sobre su tumba se marchitan flores frescas. Como no es este el tema central de lo que quiero escribir, abrevio la historia: También mataron a la madre y después de muchos meses de dudas e indagaciones, los culpables fueron detenidos, juzgados y condenados a muerte.

 Y aquí surge el hilo conductor de mi relato porque el pueblo, -¿negacionistas con razones?-, creía menos en la Justicia que en el poder del señorito y se negó a que el juicio se celebrara fuera de Don Benito, exigió que la sentencia no se eternizara con apelaciones interminables y que la ejecución, por garrote vil, se hiciera con testigos. No se fiaban de las vacunas de la Justicia. Ahí acaba la historia de los ejecutados y empieza la de los negacionistas que no se creían la ejecución ni habiéndola presenciado y desfilaron ante los cadáveres pinchándolos con alfileres para ver si reaccionaban. Cuando acabó el cortejo, de más de seiscientos, los ejecutados tenían el costado y las piernas como un colador.

 Los nuevos negacionistas, incrédulos como los dombenitenses de la ocasión, tienen un perfil más confuso y no se sabe que es lo que niegan, pero no son ignorantes y ellos ponen la negación donde los demás situamos la duda. No confundir idiotas, ñúes de dos patas, con negacionistas porque estos demuestran, junto a su reserva, respeto.

 El problema de los ñúes es la ignorancia y que no les importan padres, hermanos, vecinos, condiscípulos, compañeros de trabajo… Pasan del dolor ajeno y les es indiferente lo que ocurra más allá de sus pezuñas. Para ellos cuenta más la diversión y la jarana que la tragedia. Les son indiferentes los cuatro millones de vidas que el virus se ha llevado, que la aportación española supere los 140.000 y que en Extremadura hayamos contribuido con mil ochocientos muertos.

 Cuando el tanatorio improvisado en el Palacio de Hielo madrileño estaba saturado y las funerarias de la capital desplazaban a decenas de víctimas a otras provincias para ser incineradas, las imágenes deberían haber ocupado las portadas en periódicos e informativos para que los ñúes las vieran. Y hacerlos pasar por alguna residencia en las que unos ancianos compartían habitación con otros muertos… Pero creo que ni así.

 El pasado fin de semana – ¡nueve, ocho, siete… dos, uno, cero!-salieron en estampida para celebrar el final de las restricciones, como si fuera el pistoletazo para una maratón. Pese a la ignorancia que demuestran, se saben en un Estado garantista y se enfrentan a la policía, arrasan el mobiliario de muchas ciudades y con el justificante de las denuncias se limpian el rabo. Trescientos botellones en Madrid, más de veinte mil ñúes sueltos por Barcelona, atiborrada la plaza Mayor de Salamanca, Sevilla, Córdoba, Santander… ¿500 jóvenes en un botellón de Badajoz? La pandemia nos ha dejado claro que para el ñus no hay más razonamiento que el del palo y el cerrojazo. O que en plena travesía los coja el cocodrilo. 15/05/2021

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