La calma del encinar
LA LEY ELECTORAL LO
BENDICE
Tomás Martín Tamayo
Leo que la cuestión monárquica es el mayor freno para afrontar una
revisión profunda de la Constitución, pero los expertos coinciden en que
necesita pasar por el taller de chapa y pintura. La España de 1978 no es la
misma 43 años después y la Constitución, que se hizo cuando se pudo, como se
pudo y en una situación especial, intentó limar diferencias para ahormar un
texto que no produjera sarpullidos. Hoy la Constitución y muchas de las leyes
que en ella se fundamentan, dan lugar a despropósitos que no se corresponden
con el tiempo.
Si las normas fueran inamovibles seguiríamos quemando brujas, montando cruzadas contra los infieles o
llevando jóvenes a los amos, para que se cobraran el derecho de pernada, pero
las sociedades evolucionan y si sus normas evidencian aluminosis, exigen
cambios que no se pueden eternizar. Una de las revisiones más urgentes es la de
la Ley Electoral, que parece que no puede afrontarse sin adaptar antes el texto constitucional. Eso
dicen, aunque desde mi ignorancia no alcance a ver el corsé que la Constitución
pone a la Ley Electoral.
De momento hemos de aceptar como
bueno que los votos no tengan el mismo valor, porque los que se acumulan en una jurisdicción
concreta pueden quintuplicar su representatividad en detrimento del disperso.
Ya se sabe que dos millones de votos pueden no servir para nada a la hora de
asignar escaños y que trescientos mil
son suficientes para formar grupo parlamentario e incluso para la
formación de un gobierno, pero ¿cómo se cambia una ley que depende de los que
se benefician de sus desvaríos? No nos hagamos ilusiones, PP, PSOE y los
nacionalistas jamás afrontarán semejante reforma.
¿Es razonable que un prófugo, como
Puigdemont, pueda presentarse a unas elecciones autonómicas con el propósito de
incidir en los mismos delitos por los que la Justicia lo persigue? ¿Y que sin
poder pisar suelo español ocupe uno de los escaños de España en el Parlamento
Europeo? El valor que la Ley Electoral da al voto se materializa en el hecho de
que al candidato del PSC, que ganó las elecciones en Cataluña, no se le ha
permitido presentar su alternativa al gobierno de la Generalitat. La Ley
Electoral lo bendice.
Y vamos al terruño. En
Alburquerque un señor al que la Justicia le impide que se presente a las
elecciones municipales, coloca a subalternos para seguir mangoneando un
municipio que no puede pagar el gasto de una bombilla. Y el pueblo los vota
mayoritariamente. A los dos años,
cansado de disimulo, se hace nombrar portavoz y coordinador, con mando en plaza
y sueldo a cargo de un ayuntamiento que adeuda meses a sus funcionarios. A
nadie le importa Alburquerque y lo más penoso es que parece que a la mayoría
social de Alburquerque tampoco le importa Alburquerque… La Ley Electoral lo
bendice.
¿Es razonable que en Badajoz un señor con
cuatro escaños ostente la alcaldía y que el que ganó las elecciones, con doce,
esté en la oposición? ¿Y que el gobierno de una ciudad como Badajoz, dependa de
la decisión de un señor que, para más coña, se fue o lo echaron del partido
con el que logró el acta de concejal? La
Ley Electoral lo bendice. Cualquier parida que se les ocurra, la Ley Electoral
la bendice.
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