La calma
del encinar
COSA NOSTRA
CULTURAL
Tomás
Martín Tamayo
Hay culturetas que, como leones amaestrados, pasan por el aro del
domador que les da la pitanza. En Extremadura tuvimos una etapa, negra y larga,
en la que el poder compraba cualquier iniciativa para, previo pago de su
importe, asumirla como propia, apesebrándola y enfangándola para ponerla a su
servicio. Durante los años de Ibarra casi todas las briznas que brotaban eran
abonadas desde la oficialidad aunque, como excepción, he de reconocer que
algunas se resistieron. Como ejemplo el Ateneo de Badajoz, que auspició el
poeta y silencioso rebelde, Santiago Corchete. Prefirieron la intemperie
y la dificultad antes que caer en la tentación del adoctrinamiento.
Enlatar la cultura y ponerle una etiqueta, como si fuera una sopa, es
vieja aspiración de los autócratas que ejercen el padrinazgo para comprar y, en
el mejor de los casos, neutralizar cualquier iniciativa ciudadana. La “cosa
nostra” cultural no es más que una vana pretensión de enjaular la cultura para
reducirla al ámbito de la familia, gratificando fidelidades y subiendo al podio
a intelectuales de pacotilla, correveidiles de ocasión, tontos útiles y
bobochorras voluntariosos, capaces de alquilar su sonrisa, o su ladrido, al que
utiliza el dedo índice para señalar. O
para hacer tactos rectales.
Y cuando cambiaron las siglas, de PSOE a PP, no cambió nada más.
Tuve apalabrada la edición de una novela con una editora oficial, pero como
critiqué desde este espacio, -jejeje-, a una mandamás, corrió el turno y mi
novela quedó postrada “por orden de la superioridad”. Una “superioridad” que no
ha leído un libro en toda su vida. Incluso quiso que desapareciera esta columna,
con la ayuda del maquiavelito que dirigía la orquesta… Insensata. ¡Con la
puerta en las narices! Un intento más y me hacen fijo.
El dirigismo político, siempre partidista e interesado, es una
antigualla desfasada de la realidad cultural porque, al final, la cultura rompe
amarras y derriba muros. Vano el afán de transformarla en una oficina de prensa
y propaganda, pese al fervor que prestan los amamantados, aferrados a las ubres
del poder. Afortunadamente, justo es reconocerlo, con Guillermo Fernández Vara el dirigismo cultural
y los listados parecen finiquitados. De momento.
Con el artificio de la subvención compraban el silencio de los que
después, acomplejados, querían propagarlo. En la “cosa nostra cultural” no
había reflexión, análisis ni objeción y los apesebrados se prestaban sumisos a
repetir las consignas que recibían en el mismo sobre que el cheque. Fue muy
comentada la mansedumbre de uno que llegó a pedir: “¡Úsame, presidente,
úsame!”, demostrando así su vocación de papel higiénico. ¿Recuerdan la súplica de Paco El Cojo en "Los santos inocentes"?: “¡Suéltame, señorito, suéltame!”
Poetas de cercanía, novelistas de tienda cien e intelectuales de
diseño se daban codazos para estar en la cercanía, como bufones engolfados,
guardando las espaldas del cacique que les pagaba. Pero el integrismo de cueva
nada tiene que ver con la cultura, que fluye en libertad, sin consignas ni
adoctrinamientos. La cultura no es un ejército que necesite uniformes, cánticos
patrióticos ni sargentos que le marquen el paso. ¡Y no se deja encorsetar por
la solemnidad del que manda! A final, el perro se va con todas sus pulgas.
En Extremadura algún pretencioso, como Nerón, tuvo en nómina a poetas y
escritores para que movieran el rabo a su paso. ¡Y cómo lo movían! Pero esto
tendrá otro día.
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