sábado, 24 de abril de 2021

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                                                      La calma del encinar

                               COSA NOSTRA CULTURAL

 

                                                         Tomás Martín Tamayo

 

Hay culturetas que, como leones amaestrados, pasan por el aro del domador que les da la pitanza. En Extremadura tuvimos una etapa, negra y larga, en la que el poder compraba cualquier iniciativa para, previo pago de su importe, asumirla como propia, apesebrándola y enfangándola para ponerla a su servicio. Durante los años de Ibarra casi todas las briznas que brotaban eran abonadas desde la oficialidad aunque, como excepción, he de reconocer que algunas se resistieron. Como ejemplo el Ateneo de Badajoz, que auspició el poeta y silencioso rebelde, Santiago Corchete.  Prefirieron la intemperie  y la dificultad antes que caer en la tentación del adoctrinamiento.

 

Enlatar la cultura y ponerle una etiqueta, como si fuera una sopa, es vieja aspiración de los autócratas que ejercen el padrinazgo para comprar y, en el mejor de los casos, neutralizar cualquier iniciativa ciudadana. La “cosa nostra” cultural no es más que una vana pretensión de enjaular la cultura para reducirla al ámbito de la familia, gratificando fidelidades y subiendo al podio a intelectuales de pacotilla, correveidiles de ocasión, tontos útiles y bobochorras voluntariosos, capaces de alquilar su sonrisa, o su ladrido, al que utiliza el dedo índice para señalar.  O para hacer tactos rectales.

 

 Y cuando cambiaron las siglas, de PSOE a PP, no cambió nada más. Tuve apalabrada la edición de una novela con una editora oficial, pero como critiqué desde este espacio, -jejeje-, a una mandamás, corrió el turno y mi novela quedó postrada “por orden de la superioridad”. Una “superioridad” que no ha leído un libro en toda su vida. Incluso quiso que desapareciera esta columna, con la ayuda del maquiavelito que dirigía la orquesta… Insensata. ¡Con la puerta en las narices! Un intento más y me hacen fijo.

 

El dirigismo político, siempre partidista e interesado, es una antigualla desfasada de la realidad cultural porque, al final, la cultura rompe amarras y derriba muros. Vano el afán de transformarla en una oficina de prensa y propaganda, pese al fervor que prestan los amamantados, aferrados a las ubres del poder. Afortunadamente, justo es reconocerlo, con  Guillermo Fernández Vara el dirigismo cultural y los listados parecen finiquitados. De momento.

 

Con el artificio de la subvención compraban el silencio de los que después, acomplejados, querían propagarlo. En la “cosa nostra cultural” no había reflexión, análisis ni objeción y los apesebrados se prestaban sumisos a repetir las consignas que recibían en el mismo sobre que el cheque. Fue muy comentada la mansedumbre de uno que llegó a pedir: “¡Úsame, presidente, úsame!”, demostrando así su vocación de papel higiénico. ¿Recuerdan la súplica  de Paco El Cojo en "Los santos inocentes"?: “¡Suéltame, señorito, suéltame!”

 

Poetas de cercanía, novelistas de  tienda cien e intelectuales de diseño se daban codazos para estar en la cercanía, como bufones engolfados, guardando las espaldas del cacique que les pagaba. Pero el integrismo de cueva nada tiene que ver con la cultura, que fluye en libertad, sin consignas ni adoctrinamientos. La cultura no es un ejército que necesite uniformes, cánticos patrióticos ni sargentos que le marquen el paso. ¡Y no se deja encorsetar por la solemnidad del que manda! A final, el perro se va con todas sus pulgas.

 

En Extremadura algún pretencioso, como Nerón, tuvo en nómina a poetas y escritores para que movieran el rabo a su paso. ¡Y cómo lo movían! Pero esto tendrá otro día.

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