La calma del encinar
EN TREINTA DÍAS
Tomás Martín Tamayo
El pasado 19 de diciembre HOY titulaba en portada: “Extremadura vuelve a superar los 350 positivos y notifica dos muertes”. Ese mismo día subí a una red social: “Por lo que me llega, con el impulso mostrenco y besucón de pasar las Navidades en familia, en febrero habrá un repunte importante y muchas muertes, que se podrían evitar hoy. ¿Quién le pone el cascabel al gato?” En vez de cascabel la Junta de Extremadura le puso moqueta y, sacando pecho porque estábamos por debajo de la media nacional, anunció que la Comunidad no se cerraría y que durante la Navidad se permitirían reuniones familiares de diez miembros o más. Un disparate que en días comenzó a pasar factura, porque a don Corona los desafíos chulescos le hacen mucha gracia. ¿A qué huelen las tonterías?
Sé que sirve de poco regalar consejos -aún menos si son sensatos y desinteresados- a los políticos que tienen sus asesores, lógicamente pagados. Los “voluntaristas” somos incordios a los que soportan como hemorroides inoportunas. Pero ¿quién tiene cuajo para quedarse cruzado de brazos si ve a un niño corretear por el brocal de un pozo? El desastre que se nos venía encima era tan evidente que se insistía por responsabilidad y por una actitud cívica que no suele entenderse. ¿A qué huele la indiferencia?
En treinta días Extremadura pasó de una incidencia baja a duplicar la media nacional, destacándonos como campeones absolutos en el disparate de la gestión. Es evidente que esto tiene nombres y apellidos, pero la inopia, o la soberbia, es tan descomunal que de los gestores políticos no ha salido ni la más leve autocrítica, más allá de intentar justificarse con ocurrencias tan disparatadas como sus medidas. Los números son tozudos y demuestran que, al margen de la irresponsabilidad individual, que haberla hayla, nuestros dirigentes han demostrado una incompetencia que nos ha situado en la dramática situación en la que Extremadura se encuentra, con más de mil contagios diarios y un preocupante incremento de la mortalidad. Y solo en treinta días. ¿Culpables ellos? ¿A qué huelen las nubes?
En Extremadura, como somos muy tiernos, nos teníamos que reunir, aún inmolándose, en los días claves de las Navidades y, alentados por la política de “puertas abiertas”, las “juntiñas” familiares han sido incluso superiores a las de otros años, porque parece que el mayor aliciente era desafiar al virus. Para contagiarse en familia se vendieron tantas participaciones que somos los más “agraciados” en el sorteo. ¿No se sabía? Los resultados dejan pocas dudas sobre la modorra de la manada. ¿A qué huele la idiocia?
Aquí se piensa en todos los sectores afectados económicamente –Vara sufre por ellos-, pero parece que no existen millares de personas que, silenciosamente y sin alharacas, llevan diez meses, diez, soportando un confinamiento duro, sin hijos, nietos, amigos, familiares… Los ñúes políticos y civiles inutilizan el sacrificio de los más, incluso ralentizando el recurso de una vacuna sin prisas, que camina despacito. ¿A qué huele el cabreo?
La vida sigue, pero no igual
porque en el camino se han quedado los más vulnerables y quedan muchas víctimas
por contabilizar antes de que esta columna vea el sábado la luz impresa.
Todas las decisiones políticas nos afectan, pero si median vida y muerte las
consecuencias no tienen retroceso. ¿A qué huele la vida? ¿Y la muerte?
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