sábado, 26 de diciembre de 2020

Último sábado de 2020


 

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                     La calma del encinar

                    ÚILTIMO SÁBADO DE 2020

 

                                              Tomás Martín Tamayo

 

Comencé el año, sábado 4 de enero, escribiendo de las “influencer”, esas muchachitas que se dedican a no dedicarse a nada, y lo concluyo con el gran “influencer” del último siglo, el de verdad, un invisible que ha zarandeado al mundo y trastocado nuestro modo de vida.
Sea o no de diseño, que hasta ahí puede llegar nuestra desalmada burricie, lo evidente es que nos ha cogido en el baño y sin pestillo, porque ha dejado al mundo en pelota viva.

 Este 2020, que concluye con voluntad de dejar el testigo al 2021, tardaremos  en olvidarlo porque ha llenado de aluminosis los cimientos de nuestra existencia y solo el tiempo, el tic-tac imperturbable, sigue a su paso, sin inmutarse, sin acelerar o ralentizar, porque no hay acontecimiento capaz de modificar su ritmo. Tic-tac, tic-tac.

 La piedra giratoria del gran molino no recuerda el grano que tritura y para ella es igual Agamenón que su porquero, por mucho que cada partícula pugne por ser de una especie privilegiada y el centro de gravitación universal. Un suspiro del Vesubio enterró a la altiva Pompeya, petrificando a señores y esclavos, y un patógeno invisible, que se comunica con la letalidad de sus actos, ha dejado un reguero de muertes y embozados, llevando la incertidumbre hasta nuestra puerta porque, frente a él, no hay artificios verbales, fronteras, alambradas, alcurnias, razas, tamaños, colores… Y, dicho sea de paso, el virus prospera porque tiene a un buen ramillete de gilipollas como aliados.

 Marzo, abril, mayo… Zarandajas, unidades de medidas, convencionalismos y acuerdos a los que hemos llegado para intentar ordenar lo que no necesita nuestro impulso, porque el tiempo siempre está ordenado. Lo fijo, lo inalterable, la promesa que siempre se cumple es el  giro imaginario de sus manillas, el tic-tac que sigue a su paso, dejando en el nuestro un camino de asombros e incertidumbres. Somos anécdotas que no merecen anotación alguna en las páginas de un universo que nos mira. El tiempo no escribe ningún diario y, si acaso, somos el paisaje que él contempla. Nos mira el bosque, se asombra el agua con nuestro reflejo, nos observa el acantilado y se extraña la ola cuando nos encuentra en su orilla. Y no al revés. Ellos estaban cuando llegamos y seguirán cuando nos vayamos. El patógeno también.

 2020, una fracción caprichosa, estación terminal de un mundo que creíamos escriturado a nombre de nuestra soberbia. Un parpadeo del existir infinito, el soplo entre un enero de esperanza y un diciembre de pesadilla, porque un bichito hizo acto de presencia. Decenios para  asentar las vías de un tren y días para voltear al mundo, como vaquilla a  monigote. En un año, ante nuestro asombro, un virus, pica en mano, ha escombrado la muralla que nos protegía y ha metido en la trituradora la fatuidad de nuestras órdenes, tribunales, códigos, conciertos…Nos ha empequeñecido tanto que tememos respirar y hasta en  los abrazos leemos sentencias.

 Último sábado de un año que entró de puntillas y, a empujones, nos arrinconó en el ángulo oscuro, como el arpa olvidada de Bécquer. Tiempo para meditar, para oler nuestro aliento y percibir el aroma del miedo. “Le parfum de confusion », «Distillat d'irresponsabilité », el  « Eau d´panique” y “L'essence de la mort » no se anuncian en televisión, pero la Humanidad entera se ha impregnado de ellos.

 

 

 

 

 

 

 

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