sábado, 12 de septiembre de 2020

30 AÑOS DE PUERTOP HURRACO

 

                    30 AÑOS DE PUERTO HURRACO

          

                                           Tomás Martín Tamayo

                                            tomasmartintamayo@gmail.com

 “El séptimo día”, película dirigida por Carlos Saura e interpretada por Juan Diego y José Luis Gómez, está inspirada en la masacre de Puerto Hurraco, hace ahora 30 años. Ray Loriga escribió un guion muy ajustado y durante el rodaje me llamaron de la productora por si quería colaborar en la “fidelización de los personajes”, los hermanos Antonio y Emilio Izquierdo, a los que tenía como alumnos en el Centro  Penitenciario de Badajoz. Recomendable para los que quieran aproximarse a los hechos,  pero la mejor película, la mejor definición y el mejor relato lo hizo Brígido Fernández, fotógrafo de HOY, en una instantánea desgarradora que dio la vuelta al mundo.

 Puerto Hurraco figura en nuestra memoria como sinónimo de visceralidad, cerrilismo y odio ancestral porque un mal día dos hermanos, con el alma corroída por el odio, decidieron  verter sobre sus vecinos toda la irracionalidad que llevaban dentro. Desde entonces el nombre de Puerto Hurraco tiene resonancias que no merece y, tal vez para siempre, su suerte quedará ligada a la masacre que por sus calles protagonizaron los hermanos Izquierdo, azuzados por el resentimiento de Ángela y Luciana, sus hermanas.

 Un día negro de agosto de 1990, los dos hermanos decidieron consumar la venganza que los cegaba y a tiros de escopeta mataron a nueve de sus vecinos, de forma indiscriminada, porque su odio alcanzaba a todo el pueblo, resucitando a la Extremadura profunda que sólo existe en las testas anquilosadas de muchos desinformados, porque el síndrome de «los Izquierdo» no tiene cuna definida y dormita en cada pueblo.

 Los tuve como alumnos -es un decir- en el Centro Penitenciario de Badajoz y en ellos identifico al eslabón perdido, al humano al que le falta un hervor para llegar a serlo plenamente y al hombre a medio camino entre lo que somos y lo que parecemos. No caeré en la exageración de señalarlos como irracionales, pero ambos tenían un pellizco que los separaba de la normalidad. A los dos, inseparables, encorvados y en contacto permanente, les gustaba dibujar arabescos con bolígrafos de colores, que cogían como si fueran puñales. Los dos pasaban horas rellenando cuadernos de caligrafía, los dos me pedían interminables sumas, restas, multiplicaciones y los dos dibujaban círculos engarzados, ayudándose con botones de diferentes tamaños. Siempre recelosos y acechantes, lo hacían todo tan juntos que parecían un sólo hombre con dos cabezas, aunque las dos pensaban lo mismo y a la misma hora. No se relacionaban con nadie, eran monosilábicos y creo que en sus años de reclusión jamás salieron de ellos mismos y nunca tuvieron curiosidad por ver lo que había fuera de sus cabezas. Nada pedían y nada daban. Por no dar, no daban ni la lata.

 Los dos murieron en prisión, a los 72 años, los dos gozaban de la misma indefinición que los situaba a medio camino entre el hombre y la alimaña rabiosa, los dos encerrados en la modorra común que los unía. En alguna ocasión intenté asomarme al alma, posiblemente insondable de los dos hermanos, para mirar lo que bullía allí dentro, pero nunca logré entrar en ellos. Imposible, hasta la mirada la tenían huidiza. Ni el tiempo ni la enfermedad doblegaron el odio acumulado y no había llave para abrir las puertas en aquellas pobres cabezas. Después de tantos años, para mí siguen anclados en el círculo de los misterios.

 

             

 

 

 

 

No hay comentarios: