“Espuelas, Hoces y Cuchillas”
UN REFLEJO AJUSTADO DE
FELICIANO CORREA
Tomás Martín Tamayo
Feliciano Correa no es el despistado que parece, próximo al
nihilismo, ni fácil, a menos que uno tenga ciertas claves para saber interpretar
su postura “giocondesca” y la socarronería transversal entre el pueblerino,
incapaz de renunciar a sus orígenes, y el erudito cosmopolita y de pluma
afilada, que puede dictar sentencias muy argumentadas con pocas palabras. Su
sencillez es la del pozo que amablemente nos devuelve la imagen ondulante en su
lámina de agua, pero que oculta una profundidad que puede engullirnos si nos
precipitamos y caemos desde el brocal. “Espuelas, Hoces y Cuchillas” su última
entrega, es un reflejo muy ajustado de su personalidad. Casi no necesita firma.
Feliciano Correa es más escritor de oficio que de beneficio
y eso le ha permitido hacer una obra literaria densa, sobria y bien construida,
pero a su imagen y semejanza porque escribe para disfrutar y al margen de
tendencias al uso, en las que no se para. Viéndola en su conjunto, la obra
literaria de Feliciano Correa, pese a su aparente dispersidad, es una suma y
sigue, como sus “Libretillas Jerezanas”, en las que enmarca esta entrega.
“Espuelas, hoces y cuchillas”, de 476 páginas, es un libro
de estructura incómoda, porque Feliciano Correa propende a impregnar sus obras
con una pátina de edición institucional,
que castiga al lector que pretenda llevarla consigo para proseguir su lectura
en lugares diferentes. Casi debería entregarla con un atril para soportar más
de 3 kg., pero siendo un libro de peso no es un libro pesado, porque su autor
conoce los resortes del oficio y sabe dar sosiego, acelerando y frenando, con
saltos oportunos, que unen pasado y presente para facilitar la comprensión de
ambos y hacerlos más inteligibles.
En “Espuelas, Hoces y Cuchillas” Feliciano Correa es fiel al
mismo principio que mantiene en sus columnas periodistas, la libertad y la
denuncia contundente, sin detenerse a contar los callos que pueda pisar. Aquí la
denuncia parte desde el mismo prólogo y la alarga, sembrándola a voleo, por
todo el texto, pero con una cuidada pulcritud
literaria, que logra, incluso en tramos pocos poéticos, un lirismo costumbrista
que delata, además de sensibilidad, agudeza, capacidad de observación y una
retentiva fotográfica de las escenas que
impresionaron su infancia. Es fácil imaginarlo correteando por las calles de
Jerez de los Caballeros y en la España de la postguerra, reteniendo como una
esponja los olores, los colores y la visión indeleble entre unas castas
sociales tan evidentes que incluso las lleva al título de su obra: “Espuelas”,
para los ricos, “Hoces”, para los campesinos y “Navajas” para los
corchotaponeros como su abuelo, que tanto lo guio y del que tanto aprendió.
Los saltos históricos son continuos y no se arredra a la
hora de relatar escenas escalofriantes que protagoniza el clero, o las “Espuelas”,
como clase preponderante en un mundo sometido que, si lo viéramos en una
película en blanco y negro, nos devolvería la imagen clásica del esclavismo.
Pero Feliciano no cae en el panfleto y argumenta con datos incuestionables,
exigencias del historiador que le da basamento. Así nos recuerda que en la tan
añorada y progresista Constitución de 1812, se facturaba con carácter de
perpetuidad, que España seria “católica, apostólica y romana” como credo único
y verdadero.
La utilización de las instituciones por los jerarcas del
momento, tiene muchas fotos literarias en este recordatorio, en el que
Feliciano Correa nos cuenta que pillos
que “distraían” algunos enseres menores, hurtos famélicos al fin, eran
considerados por “Espuelas” como plagas de bandoleros a los que había que
erradicar. Su sentencia es granítica: “Embebidos en su altivez de potentados
dueños, les molestaba el atrevimiento y la desfachatez de la “chusma” al entrar
en sus tierras sin permiso. El pundonor herido les dañaba más que los robos”.
Pero “Espuelas, Hoces y Cuchillas” no es un mero desahogo literaio
ni un desperezo memorístico porque, teniendo trazos de una sobria literatura,
está sustentado en un trabajo profundo de documentación, al que el autor ha
dedicado más de cinco años, con una cuidada selección de fotografías y unas
notas a pie de página que delatan al historiador puntilloso, capaz de descender
hasta lo anecdótico en su afán por presentar una realidad que no quiere
enmascarar. Hay mucha honradez en este libro.
¿“Espuelas, Hoces y Cuchillas” es una novela, un ensayo, una
autobiografía, una ucronía, un relato costumbrista, la exploración histórica de
los dos últimos siglos en la Extremadura rural? Que el lector la juzgue y
clasifique. Para mí es una fotografía literaria o un pie de foto con
afortunadas incursiones de todos los géneros. Incluso el poético. Y la entrega
de un autor sobrio, con oficio y resortes para enfrenarse a una lidia difícil,
dejando al lector con ganas de saber y más entender. Somos lo que escribimos,
este es el verdadero Feliciano Correa. Todos los demás son secundarios.
Feliciano
Correa, “Espuelas, Hoces y Cuchillas”
476 páginas.
28 Euros.
Tecnigraf
Editores, 2019
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