La calma del encinar
TRES AUTOPSIAS PARA UN FORENSE
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día

Como cada madrugada, he salido a pasear por la playa, acompañado por Juanita, mi chihuahua, que me seguía con desgano. Repitiendo el ritual de cada día, me he descalzado y con los pies enterrados en la arena húmeda, he esperado a las olas que se arrastran hasta lamer la orilla. Juanita, siempre expectante, permanecía alejada. Ya es tarde, pero creo que me confundí con el nombre porque el que mejor la define es Prudencia. Esta mañana Juanita ha hecho algo inusual, se ha alejado hasta las primeras piedras del rompeolas y ha ladrado. Me he vuelto para mirarla y en la penumbra me ha parecido que estaba al lado de alguien, sentada, apoyada la espalda en una roca inclinada. Juanita volvió a ladrar, con más insistencia. La conozco, me estaba llamando. Con las zapatillas en las manos, me he acercado hacia el lugar que me indicaba la perrilla, intentando perforar la neblina que se espesaba en las rocas. Juanita estaba a una distancia prudencial, pero tensa y pendiente de mí. Yo me acerqué, cauteloso. Parecía un muñeco diabólico, con los ojos azules, saltones, la boca pequeña, los labios perfilados, la barbilla adelantada y unas cejas, subrayadas en el centro, que recordaba el garfio de un pirata. Farfullaba, me acerqué y oí que decía algo sobre “democracia y Venezuela”… Llegó el forense, le tocó en un hombro y el muñeco se desmoronó, dejando en la base una pirámide de arena pegajosa y maloliente: “Nunca salió de “gilipollandia”, decía que la tierra pertenece al viento, pero yo soy de su cuadrilla y no me voy a exponer…”.
Adonis y Afrodita se asomaron al pozo y vieron a la luna guiñándoles un ojo. Se emocionaron. En la quietud del agua leyeron “Sí se puede”. Al abrazarse dejaron sobre la lámina de agua una figura confusa y ondulante. Extasiados en la contemplación, al ver sus figuras a la altura de la luna, se besaron con pasión: “Es nuestro momento, Afrodita”, “Sí y a los demás que le vayan dando, Adonis”. Volvieron a mirar, la luna había desaparecido, sus imágenes se habían distorsionado, estaban despeinados, el agua hervía y olía mal. Se asustaron. Afrodita, coqueta, rehízo su coleta y Adonis tiró una piedra para romper el espejo de agua. Cuando los encontraron sonreían y en sus ojos, sin brillo, se acurrucaba una luna ciega que se desvanecía, en retirada. El forense les hizo la autopsia: “Diarrea cerebral crónica, con sarpullidos faraónicos, pero me callaré. ¿Para qué arriesgarse?”.
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