sábado, 4 de enero de 2020

INFLUENCERS



                          La calma del encinar
                          INFLUENCERS
                         
                       

                                   Tomás Martín Tamayo
                                               Blog Cuentos del Día a Día
                                               tomasmartintamayo@gmail.com  

La jovencita, que viste, come y bebe gratis, se presentó en la clínica y preguntó por el cirujano plástico. Quería negociar directamente el trueque de favores: dos implantes mamarios y una ligera inclinación en sus cejas a cambio de comentarios favorables en la redes porque, como “influencer” famosa, seguida por seiscientos mil usuarios, le puede propiciar al cirujano muchas clientes/pacientes. Llevaba referencias de un restaurante de cuatro tenedores y de una marca de ropa cara. Ella suele comer allí  (mesa reservada en el mejor sitio, incluso acompañada), y paga con comentarios elogiosos en las redes. El restaurador dice que es un negocio muy favorable porque le lleva clientes nuevos, y en la marca de ropa aseguran que cuando ella luce uno de sus modelos se agota en dos o tres días.

Influencer, un nuevo sinónimo del parásito de siempre, que adereza sus comentarios en las redes y puestas en escena con amoríos en cadena, cuernos de todos los tamaños y presencia gritona y acusadora si alguien osa cobrarle. ¿Estudios, profesión?: Influencer. La muy mamarracha dice que marca tendencia y se hace temer, porque si ella hace un comentario negativo del restaurante, de la marca de ropa o del cirujano, el negocio se tambalea y las consecuencias pueden ser desastrosas. Eso es lo que ella vende. Míster Chip lo abrevia mucho: “¿Es casualidad que influencer y gilipollas tengan el mismo número de letras?

Debajo de este negocio de mentiras hay más mentiras, porque se pueden comprar paquetes de millares de “me gusta” por muy poco dinero, así es que las “influencers” compran y rentabilizan la inversión hasta el punto de poder vivir de este chantaje permanente, en el que todos invierten en falsedades y juegan a engañarse. Las propias redes quieren poner límites a tanta desfachatez que, por ahora, parece legal.

El cirujano en principio se queda perplejo y después pide opinión a otros compañeros sobre la influencia real de las “influencers”. La respuesta fue apabullante, casi le felicitan por la suerte de que la tal llame a su puerta y le recomiendan que, además de intervenirla gratis, le haga un buen regalo, se fotografíe con ella y cuelgue la foto en  las redes y en la consulta. “Si te llaman de la televisión para que participes en un programa como cirujano de famosas, multiplicarás la demanda, incluso doblando el precio de las intervenciones”. Le comentan que el caso más cercano es el de uno que opera a dos hermanas y que después de pasar por un programa televisivo en horario estelar, se le acumuló tal lista de espera que incluso ha montado su propia clínica, en la que trabajan otros, porque él se reserva solo para las “influencers”.

¿Y quién puede ser “influencer”? Las nenas de famosas/os, las que se han encamado con algún famoso/a y las que han pasado por la acreditada escuela de un programa televisivo en el que ellos/as se juntan para arrejuntarse, reírse, llorar y enfadarse, mientras lucen cachas y tetamen las ellas y musculitos los ellos. Las “influencers” tienen su rincón en las revistas de moda y sus peripecias trascienden incluso a la llamada prensa seria. No necesitan haber superado la ESO para sentar cátedra sobre moda, sociedad, cultura, medicina, decoración… Son los/as modelos de un mundo atropellado, en el que se adora al becerro de oro, al de plata, al de latón y al gilipollas porque, a falta de referentes, es fácil dejarse engatusar y para eso están las influencers, doctoradas en la facultad de parasitología.

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