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La calma
del encinar
EXCESIVAMENTE
BURDO
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
A
veces creemos que en política lo tenemos todo visto, pero no dejamos de
sorprendernos porque la impudicia de algunas puestas en escena logra
sorprendernos. Vi en directo la “entronización” de Pablo Iglesias como futuro
vicepresidente del Gobierno, secundado por el coro de los ministrables que
proponía y reconozco que me dejó perplejo. Nunca había visto nada igual ni
parecido porque, aunque sé que el reparto de sillones es esencial en la
política y para los políticos, siempre se disimula envolviéndolo todo con el
celofán de las buenas intenciones, los programas, los ejes sociales e incluso
las líneas rojas… Y aunque el reparto
esté firmado, lo normal es ocultarlo y decir que lo que menos importa son los
sillones, que quedan siempre supeditados a los objetivos, bla, bla, bla… O sea,
que se lija y barniza un poco la madera para que no resulte tan “caja de
sardinas”. Lo de Pablo Iglesias fue caja de bacalao salado.
Pablo
Iglesias y su coro, incluido el teniente general al que exhibe como un trofeo
de caza, hicieron acto de presencia para entrar a matar sin haber banderilleado al morlaco, saltándose
todas las partes de la lidia, poniendo las cartas sobre la mesa y descartando
cualquier disimulo: Más o menos: “quiero ser vicepresidente y la mitad del
Consejo de Ministros”. Íñigo Errejón que estaba a su lado asentía con su carita
de primera comunión y los demás miraban al frente, como un ejército dispuesto a
entrar en combate para mostrar los poderes del líder de Podemos.
¿En
eso consiste la nueva política, es eso la “anticasta”? Bueno, pues es más de lo
mismo pero a lo bruto, sin vaselina y en plan cardenal Cisneros… Recuerden, cuando
los nobles comenzaron a cuestionar la autoridad del regente, preguntándole
descaradamente en qué se basaba para mostrar tanto poder, el enérgico cardenal
aparcó las sutilezas y mostró a los presentes su verdadero poder. Señalando
desde un balcón a un batallón de soldados, listos para entrar combate,
respondió: “Estos son mis poderes”. Chitón en boca. El cardenal fue tan rotundo
como certero, pero Pablo Iglesias, haciendo lo mismo, se pasó con el ruido que
hacen los faroles al chocar unos con otros porque en el poderío que señalaba
había mucha cancamusa y descaro, ya que el aparente poder que le otorgan sus 69 diputados está tan cuarteado que es
inevitable ver el 69 bucogenital del Kamasutra.
Es
verdad que Pedro Sánchez tampoco disimula sus ganas por llegar. Y que Rajoy no suelta ni con la electrocución de
las corruptelas que salpican al PP, en plena fase de negociación, porque sabe
que si se va la cuerda apretará su cuello. Pero si se llega, como Podemos,
publicitando un cambio, no se puede perseguir lo mismo y de la misma manera.
Pablo Iglesias, despojado de envolturas, demostró que pertenece a la misma
“casta” de la que se ha valido para escalar hasta la vicepresidencia que sueña.
¿Era ese despropósito su verdadero propósito? Lo vi tan excesivamente burdo que
se me antoja que solo era el pico de la muleta para ocultar sus verdaderas
intenciones. Creo que si el PSOE baja la guardia y se descuida un poco -¡ñam,
ñam!-, en la próxima embestida se lo servirá de cena. Pedro Sánchez puede
cantar “ni con Pablo ni sin Pablo tienen mis males remedio…” Cosas.
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