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La calma del
encinar
CALVOROTAS
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Al
emperador Vespasiano, calvo desde su juventud, le hicieron una peluca que solía
lucir en los acontecimientos populares, lo que empujó al coro de aduladores a hacer lo propio
y aunque tuvieran una frondosa cabellera, se la cubrían con un peluquín como el
del emperador. Sus propios hijos, los
también emperadores Tito y Domiciano,
impusieron el apósito como una práctica común para los grandes acontecimientos.
Ha habido muchos calvorotas famosos, que no se resignaban a serlo, como Luis
XIV de Francia, llamado el Rey Sol, que lejos de conformarse con un peluquín
lucía un pelucón, con armazón de varillas de bambú, que pesaba dos kilos. También podían haberle
llamado el Rey Sombra. Cuando Luis XVI subió al cadalso para ser guillotinado,
muchos no lo reconocieron porque lo hizo con coleta, pero sin la peluca que siempre
llevaba. O sea, que el mal de la alopecia tiene recorrido y a lo largo de la
historia las pelucas han tenido mucha presencia.
¿Vuelven
los peluquines? Los presidentes de las dos “generalidades”, Valencia y
Cataluña, Ximo Puig y Carles Puigdemont, parece que lucen felpudos en la
cocorota, aunque el catalán se aproxima mucho a Luis XIV, porque lo que lleva
en la cabeza se parece más al casco de un soldado alemán de la II Guerra
Mundial, que al disimulo prudente que usa el valenciano… Los hay que no
soportan el despoblado capilar y son capaces de “hacerse un Paco Porras”,
colocándose una lechuga aplastada en la cabeza antes que enseñar el cuero, pero
la calvicie, como la sequía en la época de Franco, es muy pertinaz y acaba
saliendo para tomar el aire. Con ella no caben componendas ni alianzas y los
que nacemos con vocación de calvos, si
tenemos suerte y vivimos para contarlo, inevitablemente, acabamos la carrera.
Hace
años, cuando mi coronilla comenzó su
expansión galopante, fui a ver a un dermatólogo que me dio una solución
infalible: “Usted será calvo, pero si quiere conservar el cabello, recójalo
todas las mañanas de la almohada y del plato de la ducha y guárdelo en una
cajita”. Luego, por la manía que tienen algunos médicos con el “tratamiento de
complacencia”, me recetó algo que naturalmente no compré porque me pareció más
seria su sentencia que la receta. Y ya en la puerta, remató: “¿Ud. cree que si
yo tuviera un tratamiento efectivo para vencer la alopecia lo habría recibido a
las dos horas de llamarme?” Fue una consulta muy provechosa porque me salvó de
entrar en el juego de los desesperados que se ponen en la cabeza desde
ungüentos natilleros a boñigas de vaca. Y como mi cura fue instantánea, nunca
más volví a inmiscuirme en la guerra civil que tiene montada, ahí arriba, mi
cabello en retirada, con la alopecia que ha ido ganando terreno cada día. Sé
que ganará la alopecia porque, entre otras razones, Frank Sinatra y Marlon
Brando llevaban peluquín.
Pero
los presidentes valenciano y catalán están de enhorabuena porque es posible que
pronto tengan un remedio que les evite llevar todo el día la boina puesta. En
los EE.UU han elaborado una píldora, la Propecia, que dicen puede ser
definitiva, si logran corregir uno de sus efectos secundarios, como es la
disfunción eréctil. Tendrán que elegir. Yo como ya estoy calvo…
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