La calma del encinar
NO
SEMOS NAIDE
Tomás Martín Tamayo
Seis años después de dejar la presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo
Sotelo, a su paso por Badajoz para gestionar un asunto privado en Portugal, quiso
visitar al alcalde. Sin previo aviso se presentó en el Ayuntamiento y en el
antedespacho de Manolo Rojas, lo atendió una secretaria. Calvo Sotelo iba
acompañado por un familiar con vínculos en Badajoz y, como buen circunspecto,
explicó brevemente que deseaba saludar al alcalde. La secretaria,
cogió bolígrafo y blog de notas: “¿De parte de quién?”. El familiar que
acompañaba al ex presidente del Gobierno se adelantó: “¡Señorita, de parte de
don Leopoldo Calvo Sotelo!”. La secretaria, sin inmutarse, mientras apuntaba el
nombre, volvió a preguntar: “¿No tienen cita previa?” Calvo Sotelo había sido
ministro de Comercio, de Obras Públicas, de Relaciones con la Comunidad
Europea, vicepresidente y presidente del Gobierno, pero para la secretaria era
simplemente un señor, otro más de los que querían ver a su jefe cada mañana.
Debía ser muy joven o corta de memoria y el nombre del ocasional visitante no
le decía nada.
Después de esto sobran los
argumentos para explicar lo efímero del poder, pese a que muchos, por ocupar un
carguillo, creen que sus huellas son indelebles y que por los siglos de los
siglos su paso por el mismo va a ser recordado como el descubrimiento de la
penicilina. Para curar la infección de los necios, ególatras y soberbios, la
mejor penicilina es el tiempo. Hay
personas que trascienden y que por su valía son requeridas para ocupar un cargo
político. Cuando dejan el cargo siguen siendo lo que fueron porque brillaron
por sí mismas y no por el cargo, pero lo habitual en política es que el político
es sólo político y brilla lo que brilla el puesto. Si se apaga el carguillo se
apagan ellos y vuelven a un anonimato que a duras penas soportan porque se
creyeron algo y no fueron capaces de separar la lisonja del momento de su
verdadera insignificancia personal. Evidentemente no era su caso, pero Leopoldo
Calvo Sotelo lo sabía y con su retranca habitual, él mismo lo contó.
Un profesor de la Facultad de Derecho, comentaba en una entrevista que
él suele sorprender a sus alumnos preguntando en los exámenes cosas que nada tienen que ver con la
disciplina que imparte en el aula. La última fue: “Escribe el nombre de los
tres últimos alcaldes de tu pueblo”. Ante cuestión tan complicada, el 93% de
los alumnos no supieron responder. Aseguraba que en lo referido a Badajoz y
Cáceres la ignorancia alcanzaba cotas impensables porque más de la mitad de los
cacereños y badajocenses no acertaron ni
a escribir correctamente el nombre de los regidores actuales… Al margen de la
desinformación política de nuestros universitarios, que sin duda se acrecentaría si
preguntaran en la facultades de
ciencias, esto es toda una lección para
los que por ocupar un puesto acaban confundiendo valor y precio,
sobredimensionando la insignificancia, sin aceptar la “insoportable levedad del
ser”.
El mundo gira a su paso y no se acelera por la batuta de cuatro
tipillos empeñados en hacer trascender su absoluta intrascendencia. Unamuno,
siendo Unamuno, sólo aspiraba a “paz interior o nada”, pero los necios se
empeñan en perpetuar su sombra. Su mala sombra.
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