sábado, 22 de junio de 2013

NO SEMOS NAIDE

                           
                            La calma del encinar
                            NO SEMOS NAIDE
                                               Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com

Seis años después de dejar la presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, a su paso por Badajoz para gestionar un asunto privado en Portugal, quiso visitar al alcalde. Sin previo aviso se presentó en el Ayuntamiento y en el antedespacho de Manolo Rojas, lo atendió una secretaria. Calvo Sotelo iba acompañado por un familiar con vínculos en Badajoz y, como buen circunspecto, explicó  brevemente  que deseaba saludar al alcalde. La secretaria, cogió bolígrafo y blog de notas: “¿De parte de quién?”. El familiar que acompañaba al ex presidente del Gobierno se adelantó: “¡Señorita, de parte de don Leopoldo Calvo Sotelo!”. La secretaria, sin inmutarse, mientras apuntaba el nombre, volvió a preguntar: “¿No tienen cita previa?” Calvo Sotelo había sido ministro de Comercio, de Obras Públicas, de Relaciones con la Comunidad Europea, vicepresidente y presidente del Gobierno, pero para la secretaria era simplemente un señor, otro más de los que querían ver a su jefe cada mañana. Debía ser muy joven o corta de memoria y el nombre del ocasional visitante no le decía nada.

 Después de esto sobran los argumentos para explicar lo efímero del poder, pese a que muchos, por ocupar un carguillo, creen que sus huellas son indelebles y que por los siglos de los siglos su paso por el mismo va a ser recordado como el descubrimiento de la penicilina. Para curar la infección de los necios, ególatras y soberbios, la mejor penicilina es el tiempo.  Hay personas que trascienden y que por su valía son requeridas para ocupar un cargo político. Cuando dejan el cargo siguen siendo lo que fueron porque brillaron por sí mismas y no por el cargo, pero lo habitual en política es que el político es sólo político y brilla lo que brilla el puesto. Si se apaga el carguillo se apagan ellos y vuelven a un anonimato que a duras penas soportan porque se creyeron algo y no fueron capaces de separar la lisonja del momento de su verdadera insignificancia personal. Evidentemente no era su caso, pero Leopoldo Calvo Sotelo lo sabía y con su retranca habitual, él mismo lo contó.

Un profesor de la Facultad de Derecho, comentaba en una entrevista que él suele sorprender a sus alumnos preguntando en los exámenes  cosas que nada tienen que ver con la disciplina que imparte en el aula. La última fue: “Escribe el nombre de los tres últimos alcaldes de tu pueblo”. Ante cuestión tan complicada, el 93% de los alumnos no supieron responder. Aseguraba que en lo referido a Badajoz y Cáceres la ignorancia alcanzaba cotas impensables porque más de la mitad de los cacereños  y badajocenses no acertaron ni a escribir correctamente el nombre de los regidores actuales… Al margen de la desinformación política de nuestros universitarios,  que sin duda se acrecentaría si preguntaran  en la facultades de ciencias,  esto es toda una lección para los que por ocupar un puesto acaban confundiendo valor y precio, sobredimensionando la insignificancia, sin aceptar la “insoportable levedad del ser”.

El mundo gira a su paso y no se acelera por la batuta de cuatro tipillos empeñados en hacer trascender su absoluta intrascendencia. Unamuno, siendo Unamuno, sólo aspiraba a “paz interior o nada”, pero los necios se empeñan en perpetuar su sombra. Su mala sombra.

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