La calma del
encinar
LA
HIGUERA DE PIZARRO
Tomás Martín Tamayo
Tengo enmarcada, bajo cristal de protección, una hoja de la higuera que
en 1.532 plantó en Perú Francisco Pizarro con un esqueje que le llevaron desde su Trujillo natal. La
higuera, que procede de la original, está en un patio interior de la que fue
casa de Pizarro, en Lima, y que posteriormente pasó a ser palacio presidencial.
Fue un regalo que el 6 de enero de 1.982
nos hizo a cuatro extremeños el presidente del Perú: “Les voy a hacer un
regalo especial que supongo sabrán apreciar porque es algo muy excepcional”.
Fernando Belaunde superó la verja que protege a la higuera y de cuatro ramas
diferentes cogió las hojas que nos entregó a los cuatro que integrábamos la
comitiva extremeña, con el presidente de la Junta, Manuel Bermejo, a la cabeza.
Belaunde Terry, un hispanófilo culto y refinado, que conocía muy bien Extremadura
y sabía cocinar el cochifrito y el gazpacho extremeño y la tortilla de patatas,
nos contó anécdotas de la higuera y detalles muy curiosos sobre su origen y
conservación. Parece que fue el propio Pizarro el que con su espada hizo un
hoyo en la tierra para transplantar la higuera que le llevó en una maceta de
barro su hermano Gonzalo.
Cuando
tras las últimas elecciones municipales ganó la alcaldía de Trujillo el popular
Alberto Casero, pensé donar la hoja al Ayuntamiento, pero la verdad es que no
he encontrado oportunidad ni razones para hacerlo, porque incluso dudo de que
se sepa valorar, aunque espero que algún día sea acogida en la casa
consistorial o en la Casa Museo que Pizarro tiene en su pueblo. Me he acordado
de la higuera que plantó Francisco Pizarro porque el pasado miércoles (26 de junio de 1541), fue el aniversario de su muerte. Fue un ajuste
de cuentas, una guerrilla sin cuartel entre conquistadores, en las que se
luchaba más por el fuero que por el huevo. Desde hacía años Francisco Pizarro y
Diego de Almagro mantenían una disputa permanente, con intervalos de paz por
acuerdos de conveniencia entre ambos. En una de estas trifulcas y estando Pizarro
ausente, su hermano Hernando derrotó a los almagristas y Diego de Almagro fue
sentenciado a morir por estrangulamiento de torniquete y su cadáver decapitado en
la Plaza Mayor de Cuzco, pero los partidarios del ejecutado se agruparon en
torno a su hijo, Almagro el Mozo, y lograron romper todos los cercos de
protección y entrar en la residencia de Francisco Pizarro. Nuestro paisano fue
sorprendido y huyendo de sus enemigos,
en aquel mismo patio, “casi a la sombra de la higuera”, según Belaunde Terry,
fue alcanzado por la espalda con una certera estocada en el cuello, que acabó
con su vida.
Francisco Pizarro
no se refugiaba en sutilezas a la hora de lograr sus propósitos y la ejecución
de Atahualpa es buena prueba de su talante, pero los
desaciertos mayores habría que apuntarlos en el “debe” de sus hermanos,
Hernando y Gonzalo, que tampoco tuvieron un final feliz. Uno encarcelado por el
rey y el otro decapitado. No obstante Pizarro consiguió algo muy valioso y que
todavía perdura, porque en Perú se le respeta y los españoles son mirados con
una simpatía de la que no gozamos en Méjico. Parece que Hernán Cortés fue aún
más resolutivo. Eran tiempos de más espada que diplomacia.
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