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Nos queda Paquirrín como relevo generacional, pero él sólo no puede suplir la ausencia de los machos ibéricos genuinos que, hasta hace muy poco, han estado manteniendo alto el pedestal, como últimos tenorios de un tiempo que los ha ido agotando, y sin que su testigo caiga en manos capaces de mantener el listón donde ellos lo pusieron. Lástima. ¡Ay, qué días aquellos en los que Humberto Janeiro, con toda justicia conocido como “el tigre de Ambiciones”, lucía sonrisa conquistadora en todos los platós, mientras las ellas entraban por teléfono para presumir, en vivo y en directo, de haber disfrutado de los arrebatos del tigre! Competencia feroz, porque a juzgar por lo que contaban las seducidas, don Humberto consolaba, él solito, hasta cuatro tigresas la vez.
¿Quién puede sustituir al ex de Norma Duval, el sin par Marc Ostarcevic, “chaqueta rosa”, que, como Drácula, salía al oír las doce campanadas, para desbragar a cualquier doncella que osara cruzarse a su paso en las discotecas? Nadie. En todos los saraos lo recibían con alfombras y cubata gratis porque el desteñido arrasaba con su irresistible perfume de machomán. Su pelo entre blanco y marrón-champán-anaranjado, sus camisas de vivos colores, abiertas para ofertar pectorales, su porte erguido y la mirada firme del que se sabe sueño del corral, como su compi “tigre de Ambiciones”, quedarán para los anales, sin sustituto posible. Otros machos ibéricos con pedigrí, auténticos “pata negra”, ya nos dejaron, pero la huella de sus pisadas permanecerá en nuestra memoria, como estrellas en el Paseo de la Fama: Lauren Postigo, que se atrevía incluso a mostrar paquete con su ajustado bañador de leopardo; el gran Fari que, tan bravo como su torito, llevaba botines y no iba descalzo. ¿Y “Papuchi”, siempre de ronda, alegre y dicharachero, ejemplar “raro, raro, raro, raro”, que hasta llegó a darle tío abuelo a sus biznietos?
Después de los ejemplares insignes, los que ocupaban el podio en el cajón más alto, surgieron algunas fotocopias un poco arrugadas que, aunque no podían sustituir a los grandes césares del machismo ibérico, al menos ocupaban su sombra. Julián Muñoz, el gran “Cachuli”, con el cinturón por encima del ombligo, bigote de Clark Gable y sonrisa picarona, coronando su apolínea testa con un sombrerito mientras le daba lengua a la Pantoja encima de una carreta. ¡Imposible olvidar semejante imagen! ¿Como olvidar su figura egregia, de espaldas a las cámaras meando en el camino del Rocío, mientras la Isabel enamorada lo esperaba abanicándose en la carreta. Recordando todo aquello y dan ganas de llorar.
Después, ya en la tercera división, pero defendiendo los colores de la selección nacional, salió a la palestra Pipi Estrada, un filósofo de la vida, mientras recogía la ropa que su mujer le tiraba por la ventana, pero, sobre todo, por el tiki-taka bailongo mientras encelaba a la Terelu, por su desnudo enseñando cacho en la portada de una revista y por la presentación en sociedad de su nueva conquista, la hoy pía Miriam Sánchez, ayer conocida como Lucía Lapiedra… Nuestro declive también se asoma por la extinción de una especie linajuda y hoy la única esperanza es Paquirrín con su mirada seductora y sus andares marciales. Él, como de Gary Cooper, también está sólo ante el peligro.
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