Tomás Martín Tamayo*
Kafka decía que “todo lo que puede suceder sucede, pero que sólo sucede
lo que puede suceder”, y sobre estas premisas, aún a riesgo de resultar
complicado, me pregunto: ¿puede suceder el secesionismo catalán, al que
seguirán el vasco, gallego, canario, balear, valenciano…? ¿La balcanización?
¿Puede atomizarse España? ¿Llegaremos a la república independiente de nuestra
casa, como publicita una multinacional del mueble popular? Parece evidente que
si puede suceder va a suceder. Lo cierto es que, en apenas un mes, hemos pasado
de la “ocurrencia imposible”, “ganas de enredar”, “una pérdida de tiempo”…, a
las consultas a la UE, a las ruedas de prensa alertando del riesgo para los
catalanes, a las opiniones de expertos constitucionalistas y a “amenazar” a Cataluña de quedar marginada si insiste en
esta deriva separatista. Es evidente que si la secesión de Cataluña se hiciera
realidad, el conjunto, España, y las partes, sus pueblos y regiones, se verían
muy afectadas. En Extremadura daríamos una vuelta más al torniquete,
perderíamos mucho más porque nos quedaríamos sin una diana sobre la que escupir
nuestros fracasos políticos. Si Cataluña se disgrega, tendríamos que
apresurarnos para buscar otro enemigo, porque desde hace treinta años esa es
nuestra razón y nuestra justificación.
Cuando los analistas económicos coinciden en que el mayor problema de
la UE es que, en su origen, no se profundizó en las diferencias norte/sur, se
reabre en España el conflicto de los nacionalismos periféricos, que pone en
evidencia la falta de cohesión de nuestro sistema político y los antagonismos
entre regiones, que hace que el principio de solidaridad interterritorial suene
a chiste malo. Cataluña llegó a Madrid y por boca de Arturo Mas le expuso a
España, en los oídos de Mariano Rajoy que aparcar la deriva independentista
tenía un precio y que o se pagaba o iban a soplar esa llama con todas las
consecuencias. Previamente habían calentado el ambiente con manifestaciones
convocadas desde las propias instituciones emanadas de la Constitución, para
amagar con un independentismo que la Constitución no reconoce y que, al menos
en teoría, impide. Se evidencia así, una vez más, que la Constitución es un
chicle que cada uno estira según le conviene. El de Cataluña parece que ya lo
han pegado debajo del asiento y no creo que nadie piense en el cortafuego de un
Tribunal Constitucional que “ni chicha ni limoná”.
Ante la negativa del Gobierno para pagar el precio del silencio
catalán, con una reforma fiscal hecha a la medida de Cataluña, Mas convocó
elecciones anticipadas, escenificando la secesión y poniendo en evidencia al
mismo Jefe del Estado, a cuyo lado no quiso fotografiarse, dejando al Rey
escorado en un extremo, como si fuera un comparsa de los miembros del Gobierno
que ocupaban el centro de la instantánea. No sabemos cómo concluirá este
teatro, cuyo eco también llega al escenario vasco en el que, por otras derivas,
se persigue más de lo mismo. Otros le seguirán si la tontuna separatista
obtiene algún rédito electoral. Lo que es evidente es que el lío que propicia
el Título VIII de la Constitución está nuevamente sobre la mesa y que el “café
para todos” de Suárez se abre en múltiples posibilidades: sólo, con leche,
manchado, largo, corto, descafeinado, con leche fría, templada, caliente, con
azúcar, con sacarina e incluso con miel de jara de las Hurdes, porque puestos a
ser exquisitos no hay exigencia extraña.
En Extremadura todo esto de Cataluña lo vemos como si nos hablaran de
la Patagonia, porque Extremadura está lejos incluso de Extremadura, aunque en
ninguna otra comunidad se ha escenificado tanto la pelea con “lo catalán” como
aquí. Ibarra descubrió los réditos electorales que reportaba la riña con los
ricos, con los bancos, con la aristocracia y con los catalanes y, según tocaba,
como buen tahúr, sacaba de la manga la carta que le convenía. Después, a la
hora de la verdad, los favorecía a todos y hasta presumía del ser del Barsa,
pero su furor de cruzado contra los herejes separatistas lo ordeñaba sin
tapujos. Es decir, que el cacareado secesionismo de Cataluña ha tenido, tiene y
tendrá mucha influencia en las urnas extremeñas, porque después de Ibarra al
tema de guerrear con los catalanes le ha cogido gustito un Monago, abotargado y
sin ideas, que sigue la estela de Ibarra, al que imita en sus desplantes más
groseros. Monago ha descendido incluso al reto infantil de citarse en la calle,
apelando a los “collons” para escenificar un duelo al sol contra el alcalde de
Barcelona. Y en medio de los dos, un Fernández Vara que también tuvo sus
discrepancias y que para no quedarse atrás ha pedido incluso el retorno de los
150.000 extremeños que viven en Cataluña. No se rían que es peor.
La hipotética secesión de Cataluña va a ser miel sobre hojuelas para
alguno de los capitostes extremeños, porque les permitirá estirar la goma hasta
las “santa cruzada”. Con un Monago que alienta su autodenominación de “varón
rojo” del PP, nos vamos a entretener más con el efecto catalán que con el m 35%
de paro que tendremos antes de concluir el año. Para Monago es más fácil hablar
de “sarraceno” catalán que de los 167.000 parados extremeños, y no va a perder ocasión para posicionarse en la
primera línea de fusileros para gallear ante sus paisas de integrismo
ultramontano. Para eso ya habrá puesto a trabajar a un gabinete de diecinueve
asesores, dirigidos por un duende vasco, un tal Iván Redondo, que incluye a un
director de discursos. Hasta ahora se sabía de la existencia de los “negros”,
pero Monago los ha elevado a rango institucional.
Al margen del oportunismo electoral de la cúpula del PP, declarando en
un video empalagoso su amor a Cataluña y a los catalanes, porque tienen allí
primos, amigos, sobrinos o les gusta el
pan con tomate, parece evidente que se busca un acercamiento apresurado para
contrarrestar la desafección de otros momentos. ¿Para qué tanta alarma si se
nos ha dicho que la Constitución lo impide y que cualquier referéndum al
respecto debería, forzosamente, hacerse
a nivel nacional?
Ayer, el ministro de Exteriores,
García-Margallo, propiciaba un encuentro con la prensa para enviar un nuevo
mensaje a los catalanes: “Cataluña separada de España estaría automáticamente
fuera de la Unión Europea” ¿Por qué y
para qué este aviso anticipado si no hay ninguna posibilidad de que Cataluña se
separe de España? Esta semana, tres periódicos nacionales insisten en el mismo
tema, alertando que “la independencia de
Cataluña chocaría con quince países de la UE, que se opondrían a su permanencia
o a su ingreso en la misma”. Al mismo tiempo, desde la Unión Europea se avisa a
los catalanes del riesgo de incomunicación en que quedarían, porque los “tratados”
lo impiden, insistiendo en que “dentro de la UE no se ha producido, ni se va a
producir ningún caso de secesión”. Y como broche de oro, Van Rompuy, presidente
del Consejo Europeo, dispara en la misma dirección: “Nadie obtendrá nada del
separatismo en el mundo de hoy que, guste o no guste, es globalizado”. No se entiende tanto aviso al respetable
cuando se sabe que “lo que no pué sé no pué sé”. A no ser que en España ricemos
el rizo y lo que no pué ser sí pué ser.
Pero con excepción del PP y Ciudadanos, todos los partidos que
concurren a las elecciones catalanes, incluido el PSOE (PSC), abogan por la
consulta soberanista, dejando al margen
a España y circunscribiéndola exclusivamente a Cataluña. Y Arturo Mas, avisa de
que “ni los tribunales, ni la Constitución impedirán el referéndum”. ¡Con un
par! ¿Se impedirá? Haría falta un par y no sé yo si don Tancredo Rajoy… Pies
para que os quiero, Monago ha desplazado de sus discursos que Extremadura es la
comunidad con mayor pobreza de España y ha puesto el ojo en la diana del
secesionismo catalán para hacerse un lugar al sol. Aunque sea al sol de la
estulticia.
*Escritor
y analista político
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