El ambiente era muy tenso, por la larga espera y porque se presagiaba
lo peor. ETA había anunciado –qué ironía- que
“ajusticiaría” al concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, si el Gobierno
no accedía a sus pretensiones. Como el Gobierno guardó silencio, todos
entendimos que no se plegaba al chantaje y que el secuestrado corría un
evidente peligro, porque ETA no amenazaba gratuitamente. Por la fuerza de los
hechos, la organización terrorista había conseguido cierta credibilidad en sus
amenazas criminales y aquel órdago, que abría una vertiente hasta entonces
inédita, se tomó muy en serio. España contuvo la respiración y sorprendida por
la nueva estrategia etarra, apenas reaccionó, salvo con plegarias y oraciones
por la suerte de Miguel Ángel.
En el Centro Penitenciario de Badajoz había media docena de presos de
la organización terrorista y tres de ellos eran alumnos míos. El temor que se
le tenía a ETA en la calle no había saltado los muros de la prisión y los
reclusos no se cortaban a la hora de enfrentarse y definir a los terroristas
como asesino, canallas, sinvergüenzas… Y en ocasiones pasaban de las palabras a
los hechos, por lo que los presos de la banda querían estar siempre agrupados,
protegiéndose unos a otros y procurando evitar enfrentamientos con los demás.
Cuando se supo del secuestro y de la amenaza de muerte de Miguel Ángel Blanco,
los tres alumnos etarras, que se tomaban sus estudios con mucha seriedad,
hicieron novillos y decidieron quedarse en el patio y no entrar en el aula. Yo
los llamé y uno de ellos me dijo que iban a ser unos días muy duros porque lo
de Miguel Angel Blanco “pinta mal”, y ellos habían decidido permanecer juntos
en el patio porque la dirección del Centro no les había permitido quedarse en
sus celdas.
Así supe, muchas horas antes del desenlace sangriento, que el asesinato
de Miguel Ángel Blanco estaba programado y que su vida tenía una inminente
fecha de caducidad: las cuarenta y ocho horas que la banda había dado al
Gobierno para que agrupara en cárceles vascas a sus presos. Los reclusos
etarras solían estar muy bien informados porque la debilidad de un sistema tan
garantista permite incluso que otros miembros camuflados de la banda, supuestos
abogados defensores, tuvieran una comunicación muy fluida con sus “clientes”.
Aquella misma mañana, dos de ellos habían mantenido una entrevista con sus
abogados y el “pinta mal” que me había dicho mi alumno era el anticipo
era como la “crónica de una muerte anunciada”. Era fácil deducir que los
“abogados” habían informado a sus “clientes”, dándoles instrucciones muy
concretas sobre el comportamiento que debían tener en aquellas horas previas.
No hace falta recordar lo que finalmente ocurrió, pero la indignación
era muy grande dentro de la prisión y los reclusos etarras se mostraban muy
temerosos de las reacciones aisladas que pudieran surgir en cualquier rincón del
módulo contra ellos. Estuvieron varios días sin entrar en el aula, pero cuando
lo hicieron yo pedí un minuto de silencio como homenaje a Miguel Ángel Blanco.
Los tres presos etarras, sorprendidos, me miraron con odio y se fueron,
mientras los demás les echaban sapos y culebras.
1 comentario:
Sobrecogedora narración de una parte desconocida para mí de los hechos. Gracias. http://encabecera.blogspot.com.es/
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