Hay periodistas creíbles, porque rezuman confianza, seguridad y oficio. Son, suertudos ellos, gente que parecen haber encontrado el trabajo que se ajusta a sus características personales e inspiran en los lectores la confianza que el paciente necesita del cirujano que los va a abrir en canal. Es el caso –perdóname Antonio- de Antonio Cid de Rivera, un hombre que sabe medir las distancias sin resultar distante y que deja en cada uno de sus trabajos la pátina de la fiabilidad que, a veces, tanto escasea en el mundo de la comunicación. Yo sé que Antonio no es amigo de las improvisaciones y supongo que cuando fue a entrevistar al alcalde de Badajoz, llevaba su cuestionario muy medido, pero ¿qué puede hacer el periodista ante un mirlo blanco que se despluma, que toca todos los palos, que da la entrevista hecha y regala en cada respuesta un titular de espectáculo?
Resulta aburrido el recurso de matar al mensajero cada vez que nos deslizamos por la pendiente del desenfreno y soy perfectamente consciente de que es fácil tener un mal día, aunque en algunos sea más fácil que en otros. En los periódicos hay declaraciones mías de las que estaba arrepentido incluso antes de concluirlas y en el Diario de Sesiones de la Asamblea de Extremadura hay constancia literal de disparates que no respondían, ni en el fondo ni en la forma, a lo que había pretendido decir. O sea, que por mi parte lecciones las justas, porque en el mundo de la política es difícil encontrar al Aladino que saca el duende de la lámpara maravillosa.
Sin ser portavoz de nada ni de nadie, apenas de mí mismo, todo esto viene a cuento porque las espectaculares declaraciones que Miguel Celdrán hizo a Antonio Cid y que se publicaron en HOY el pasado lunes, responden a lo que legítimamente piensa o cree él, aunque, con la misma legitimidad, yo considero que no se ajustan a la realidad y que la escasa valoración que tiene del parlamentarismo, siendo diputado y habiendo sido senador en dos legislaturas, está más basada en la ignorancia que en el deseo de ofender. El alcalde de Badajoz juzga a los demás por lo que él mismo hace y como el trabajo en su dilatada actividad parlamentaria ha sido de cero al cubo, cree que esa es la tónica general. Está confundido y no se entiende bien que si considera que sobran 44 de los 65 diputados, haya permanecido tantos años sacrificándose en un sesteo tan aburrido.
La entrevista dio para mucho, porque el alcalde, que estaba sobrado e ingenioso, abrió el tarro de su chistografía particular y no quedó títere con cabeza. Me gustaría saber si en el PP nacional han hecho la ola a algunas de sus ocurrencias, pero que sean otros los que vayan respondiendo y que cojan ticket para guardar turno, porque la cola de damnificados da la vuelta a la manzana. Fue, eso sí, muy ingenioso con aquello de “entre lo malo y lo peor, me quedo con lo malo”. Arduo dilema que nos abre a los demás, cara a las próximas elecciones municipales.
Resulta aburrido el recurso de matar al mensajero cada vez que nos deslizamos por la pendiente del desenfreno y soy perfectamente consciente de que es fácil tener un mal día, aunque en algunos sea más fácil que en otros. En los periódicos hay declaraciones mías de las que estaba arrepentido incluso antes de concluirlas y en el Diario de Sesiones de la Asamblea de Extremadura hay constancia literal de disparates que no respondían, ni en el fondo ni en la forma, a lo que había pretendido decir. O sea, que por mi parte lecciones las justas, porque en el mundo de la política es difícil encontrar al Aladino que saca el duende de la lámpara maravillosa.
Sin ser portavoz de nada ni de nadie, apenas de mí mismo, todo esto viene a cuento porque las espectaculares declaraciones que Miguel Celdrán hizo a Antonio Cid y que se publicaron en HOY el pasado lunes, responden a lo que legítimamente piensa o cree él, aunque, con la misma legitimidad, yo considero que no se ajustan a la realidad y que la escasa valoración que tiene del parlamentarismo, siendo diputado y habiendo sido senador en dos legislaturas, está más basada en la ignorancia que en el deseo de ofender. El alcalde de Badajoz juzga a los demás por lo que él mismo hace y como el trabajo en su dilatada actividad parlamentaria ha sido de cero al cubo, cree que esa es la tónica general. Está confundido y no se entiende bien que si considera que sobran 44 de los 65 diputados, haya permanecido tantos años sacrificándose en un sesteo tan aburrido.
La entrevista dio para mucho, porque el alcalde, que estaba sobrado e ingenioso, abrió el tarro de su chistografía particular y no quedó títere con cabeza. Me gustaría saber si en el PP nacional han hecho la ola a algunas de sus ocurrencias, pero que sean otros los que vayan respondiendo y que cojan ticket para guardar turno, porque la cola de damnificados da la vuelta a la manzana. Fue, eso sí, muy ingenioso con aquello de “entre lo malo y lo peor, me quedo con lo malo”. Arduo dilema que nos abre a los demás, cara a las próximas elecciones municipales.
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