Si abrimos el objetivo y ampliamos un poco la mirada, la tierra entera es una fosa común donde todos los muertos están juntos, aunque uno tenga su tumba en la sima marina de Las Marianas y otro en la cima del Everest. A fin de cuentas entre lo más alto y lo más profundo hay una distancia inferior a la que separa Badajoz de Olivenza. Muertos negros, muertos blancos, ricos y pobres, amos y esclavos, víctimas y verdugos están unidos en lo esencial, aunque nos empeñemos en preservar para ellos diferencias que son imperceptibles.
¿Es necesario ponerle nombres y apellidos a un fémur que lleva 70 años enterrado? Algunos creen que sí, porque con la identificación podrán cerrar un capítulo que lleva mucho tiempo abierto. Es una opinión respetable, si no median intereses políticos. Otros consideramos que el capítulo estaba cerrado y que se está abriendo ahora, al socaire de un revisionismo inútil, que sólo servirá para hurgar en heridas que estaban cicatrizadas. ¿Es necesario saber qué clavícula es la de García Lorca, cual la del maestro y cuales las de los dos banderilleros que los acompañaron aquella tarde? La muerte los ha igualado tanto que sólo acudiendo al galimatías del código genético se logrará una identificación aproximada. ¿Ayuda esto a pasar página?
Qué empeño tan inútil individualizar ahora, hueso a hueso, la osamenta común de los que llevan 70 años bajo la misma palada de tierra, nutriendo las raíces del mismo árbol, dando esplendor a la misma hierba y que compartieron infortunio y larvas. ¿En qué ayuda esto a la memoria de unos muertos que son de todos, porque de todos fue aquella locura colectiva de una España dividida, herida y ensangrentada? Hace 30 años que vivimos en democracia y durante este tiempo, con UCD, con el PSOE y con el PP, todos hemos intentado mirar hacia delante, superando el chirrido de las dos españas. Mirar ahora por el retrovisor no parece muy progresista.
Además, dejar que el juez Garzón meta en esto la zarpa de su enfermiza egolatría es perder toda razón y referencia, porque no parece muy respetuoso acudir al sainetero mayor del Reino, para que pueda subir el telón de su particular representación. Si hay algo que recuperar, recuperemos todo lo recuperable, pero no dejemos que con garzonadas que no irán a parte alguna, brille por unos días la estrella estrellada de semejante individúo. ¡Un poquito de por favor!
Podemos tener opiniones diferentes y buscar lo mismo por caminos distintos, pero lo que no podemos es perder el respeto a los que un día tampoco les respetaron la vida. Los sainetes van muy bien para las tardes estivales en las plazas de los pueblos, pero lo muertos, estén en especieros o en fosas comunes, merecen, incluso 70 años después, una consideración que se ve alterada por incursiones como esta. Antes que recuperar la memoria, recuperemos la sensatez, que esto no es tema para pasar el tiempo y divertirse viendo las cabriolas de un saltimbanqui.
¿Es necesario ponerle nombres y apellidos a un fémur que lleva 70 años enterrado? Algunos creen que sí, porque con la identificación podrán cerrar un capítulo que lleva mucho tiempo abierto. Es una opinión respetable, si no median intereses políticos. Otros consideramos que el capítulo estaba cerrado y que se está abriendo ahora, al socaire de un revisionismo inútil, que sólo servirá para hurgar en heridas que estaban cicatrizadas. ¿Es necesario saber qué clavícula es la de García Lorca, cual la del maestro y cuales las de los dos banderilleros que los acompañaron aquella tarde? La muerte los ha igualado tanto que sólo acudiendo al galimatías del código genético se logrará una identificación aproximada. ¿Ayuda esto a pasar página?
Qué empeño tan inútil individualizar ahora, hueso a hueso, la osamenta común de los que llevan 70 años bajo la misma palada de tierra, nutriendo las raíces del mismo árbol, dando esplendor a la misma hierba y que compartieron infortunio y larvas. ¿En qué ayuda esto a la memoria de unos muertos que son de todos, porque de todos fue aquella locura colectiva de una España dividida, herida y ensangrentada? Hace 30 años que vivimos en democracia y durante este tiempo, con UCD, con el PSOE y con el PP, todos hemos intentado mirar hacia delante, superando el chirrido de las dos españas. Mirar ahora por el retrovisor no parece muy progresista.
Además, dejar que el juez Garzón meta en esto la zarpa de su enfermiza egolatría es perder toda razón y referencia, porque no parece muy respetuoso acudir al sainetero mayor del Reino, para que pueda subir el telón de su particular representación. Si hay algo que recuperar, recuperemos todo lo recuperable, pero no dejemos que con garzonadas que no irán a parte alguna, brille por unos días la estrella estrellada de semejante individúo. ¡Un poquito de por favor!
Podemos tener opiniones diferentes y buscar lo mismo por caminos distintos, pero lo que no podemos es perder el respeto a los que un día tampoco les respetaron la vida. Los sainetes van muy bien para las tardes estivales en las plazas de los pueblos, pero lo muertos, estén en especieros o en fosas comunes, merecen, incluso 70 años después, una consideración que se ve alterada por incursiones como esta. Antes que recuperar la memoria, recuperemos la sensatez, que esto no es tema para pasar el tiempo y divertirse viendo las cabriolas de un saltimbanqui.
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