
Es difícil aceptar el bloqueo mental de Adolfo Suárez, basándose exclusivamente en las consecuencias de una enfermedad degenerativa, y a muchos de los que lo quisimos y lo queremos se nos agranda el misterio de un Suárez al que, tal vez, nunca conocimos del todo. Suárez era vitalista y emotivo, profundo, reflexivo, educado y cercano, pero siempre se reservaba un rincón al que no daba acceso a nadie. En su mirada había un punto impenetrable, algo que escapaba a la observación y que él reservaba como un asidero para preservar una intimidad casi imposible.
¿Cuál fue el desencadenante de su partida, cuándo se produjo el cierre, cómo empezó el aislamiento, en que momento comenzaron a desconectarse sus circuitos? ¿Qué habita la cabeza prodigiosa de Suárez? Se me hace imposible creer que la ocupa el vacío y que la nada ha desplazado a aquel continente que ayer la amueblaba. Suárez solía volver cuando los demás iniciábamos el camino de ida y uno se pregunta dónde ha dejado aparcada su capacidad de anticipación y aquel sexto sentido que le permitía ver el otro lado de la esquina.
¿Por qué ha bajado su persiana? Un día lo llamé para contarle la traición de un cercano y Suárez no me dejó terminar: «Tomás, donde a mí me den una puñalada yo ya tengo una cicatriz» ¿Le habrán desaparecido también las cicatrices? No sé. Rosteille decía que uno se va a la tumba con las cicatrices del alma.
¿Puede volver? Parece que no y que el proceso degenerativo continúa galopando a un ritmo considerable, con lo que cada mañana se levantará un poco más lejos de nosotros, aunque no descarto que se esté acercando a algo que se nos escapa. Suárez ha superado la insoportable levedad del ser, que atormentaba a Kundera y hasta es posible que si ha sido una elección haya sido la adecuada.
La fotografía del Rey, brazo al hombro de Suárez, de espaldas al mundo, es la mejor imagen que puede ofrecerse sobre el momento que vive Suárez, el clavo del abanico en uno de los momentos más cruciales de la historia de España. ¿Dónde estará Suárez?

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