En Campillo de Llerena, mi pueblo, quieren poner en valor turístico lo más notable de su entorno y entre los proyectos que barajan está la recuperación del Cementerio de los Italianos. Algo difícil porque allí no quedan restos humanos y sólo se conserva el lugar, que sigue vigilado por dos enormes eucaliptos. Rehabilitar todo aquello y hacer un centro de interpretación de los acontecimientos puede tener su complejidad, porque la Guerra Civil dividió cada familia y Campillo, como casi todos los pueblos, “tiene el corazón partío”. Pero no me parece mal que se indague, que se recupere y que se diga la verdad sobre aquella locura fratricida. ¿Por qué un cementerio para italianos, donde finalmente también se enterraron hijos del propio pueblo? Esto está sin explicar.
Ahora, cuando paso a la altura del Cementerio de los Italianos, miro y sólo veo cuatro paredes y una puerta herrumbrosa. Para alguien que no conozca el trasfondo puede ser un aprisco para el ganado o el cercón de un cortinar, pero en su día, al pasar por allí nos santiguábamos porque aquello fue un lugar sagrado. En el Cementerio de los Italianos estaban enterrados veintidós legionarios de la brigada “Frecce Azzurre” y siete españoles, caídos casi todos en los combates de la sierra de los Argallanes. Entre los españoles, recuerdo la lápida de un campillejo de 26 años, el alférez Emiliano Martín Enciso, familiar mío, que fue entregado a su madre con la ropa horadada por los disparos…
Algunas veces, al salir de la escuela íbamos al Cementerio e indagábamos en cada una de la tumbas, que para nosotros encerraban un misterio insondable. Las lápidas estaban rotas y entre los restos de todos aquellos seres desconocidos, llegados desde Italia, alguno con 19 años, se encontraba siempre una botella lacrada que guardaba la identidad del soldado muerto. Cuando se concluyó el Valle de los Caídos, se llevaron todos los restos y las botellas que los identificaban y se levantó el cementerio, comos se levanta un campamento militar. Desde entonces, sólo queda allí un túmulo hecho con cascotes de las tumbas levantadas, unos nichos tapiados y los dos enormes eucaliptos, que siguen vigilantes desde 1937.
En Campillo de Llerena teníamos pocos asideros para soltar la imaginación y allí, entre aquellas paredes, encontrábamos el nutriente para nuestra fantasía infantil. En aquel cementerio, con toda su simbología, con su enorme carga de dramatismo y con el atractivo añadido de todo lo que ni se explica ni se entiende, imaginábamos las aventuras, las batallas y las situaciones personales de los soldados enterrados. Eso si, antes de ponerse el sol nos alejábamos apresuradamente del lugar porque teníamos asumido de que al anochecer los legionarios italianos comenzaban a cantar canciones de su tierra, aunque creo que yo no llegué a oírlos nunca. No estoy seguro.
FOTO.- El autor de la fotografía superior que ilustra este artículo es José Pecero Merchán y corresponde al túmulo funerario existente en el Cementerio de los Italianos. Más fotografías.
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