Creo que algunos nos dan una visión completa de lo que pretenden con la “Educación para la ciudadanía” y la “Recuperación de la Memoria Histórica”: reinventar la historia, reescribirla a placer para hacer verdad aquello de Alfonso Guerra: “vamos a darle la vuelta como a un calcetín a España y no la va a conocer ni la madre que la parió”. Loable premonición que ya tiene rango de ley orgánica, con lo que siguiendo la senda programática de sus apóstoles, habremos de aceptar como verdad absoluta que Franco murió hace 25 años en lugar de 32 y que del franquismo, sin intermedios, pasamos a Felipe González, que fue el que hizo la transición, universalizando la Seguridad Social, alejándonos de la caspa de la familia Ewing, garantizándonos el subsidio, la jubilación, cerrando la inflación, escolarizando a los niños desde el seno materno, levantando polideportivos, sembrando autovías y casas de cultura, trasladándonos en el tren de alta velocidad, metiéndonos en Europa…
Acabamos de enterarnos de que gracias a Felipe González pasamos del piojoso Naranjito al modernísimo Curro de la Exposición Universal, la UCD fue un invento y Adolfo Suárez no existió, sacándonos de un error a los que creíamos que había sido presidente del Gobierno. Según los apóstoles de la patraña, todo este milagro, que asombró al mundo entero, “comenzó cuando los españoles, un 28 de octubre de 1982, le pusieron color a una vida entonces demasiando gris”... Cada uno cuenta de la feria según le va en ella y en este sentido es posible que sea su vida la que se ha despojado de los tonos grises para entrar en el cromatismo del arco iris. Pero sin pretender aguarle la alegría bueno es recordar algunos otros colores que parece olvidar. Vamos a ello.
La foto de Felipe González y Alfonso Guerra, asomándose a una ventana del hotel Palace, luce hoy un amarillento mustio-otoñal-macilento-pringón, no tanto por el tiempo, que 25 años no es nada, sino por lo que supuso de frustración a un pueblo que el 28 de octubre de hace 25 años, se volcó en las urnas, al reclamo de “Por el cambio”. Mayoría absoluta y 202 diputados era el legado que se ponía en manos de Felipe González, tomando el testigo a una débil UCD, que después de ganar dos elecciones, pasó de 168 a 11 diputados. Durante 14 años Felipe González gobernó España como quiso, cuanto quiso y cuándo quiso, perdiendo finalmente las elecciones frente a José María Aznar. Semejante afrenta, 12 años después, sigue escociendo y mucho me temo que el berrinche se alargará durante seis o siete generaciones, porque aquello supuso dejar muchas pudendas al aire y vaciar de mentiras las soflamas de un sistema agotado en 14 años, por corrupto y por trilero, en el que abundó el latrocinio y se facilitó el enriquecimiento de no pocos desalmados, cobijados entre las ubres del poder. Y también por experto en buscar atroches democráticos y por el moderno y singular uso de la cal viva como objeto de blanqueo…
Las secuelas del felipismo contaron pasos por los patios de muchas cárceles y el propio Felipe González, que decía enterarse por la prensa de lo que hacían sus ministros y que con tantos votos fue aupado al poder, se libró por un sólo voto de recorrer él mismo los senderos carcelarios con algunos de sus ministros, gobernadores, secretarios de estado, directores generales… Fue una época de bochorno nacional colectivo, en el que era más conocido el general Galindo, que cualquier ministro y en la que el director general de la Guardia Civil, un tal Roldán, andaba saltando tapias para huir de la Guardia Civil, al alimón con el gobernador del Banco de España, la directora del BOE, policías, delegados del Gobierno…
Felipe González, que presumía de venir de una lechería, fue el gran aliado del gran capital, puso alfombras a las multinacionales, facilitó el enriquecimiento de los propios y cercanos y llenó de cochambre y de temor a una España que aprendió que “el que se mueve no sale en la foto” y que los familiares del poder podían incluso disfrutar de despacho en las dependencias oficiales. Se pretendió enterrar a Montesquieu, metiendo el legislativo, el ejecutivo y el judicial en la misma coctelera; se intentó, con presiones inéditas, neutralizar a la Justicia y se buscó a la desesperada torcer el brazo a los medios de comunicación, primando a los obedientes y persiguiendo a los que ofrecían resistencia.
Presumían de tener un “dossier” de cada españolito, que pendía sobre nuestras cabezas, porque la sensación era de que “el gran hermano” nos vigilaba y sabía cuándo y cómo nos habíamos metido el dedo en la nariz. Enterraron el socialismo, se desprendieron del obrerismo, renunciaron a la república y al marxismo, se entregaron, como hambrientos al pan fácil y acabaron enterrando las ilusiones que más de diez millones de españoles pusieron en la esperanza de una renovación que sólo llegó para mantener los vicios y cambiar los nombres. Esta es la cara real de una etapa que ahora se nos presenta como maná celestial por los que, después de tantos años, siguen disfrutando de la bula felipista. ¿Qué de bien nacidos es ser agradecidos? ¡Ah, bueno!.
Acabamos de enterarnos de que gracias a Felipe González pasamos del piojoso Naranjito al modernísimo Curro de la Exposición Universal, la UCD fue un invento y Adolfo Suárez no existió, sacándonos de un error a los que creíamos que había sido presidente del Gobierno. Según los apóstoles de la patraña, todo este milagro, que asombró al mundo entero, “comenzó cuando los españoles, un 28 de octubre de 1982, le pusieron color a una vida entonces demasiando gris”... Cada uno cuenta de la feria según le va en ella y en este sentido es posible que sea su vida la que se ha despojado de los tonos grises para entrar en el cromatismo del arco iris. Pero sin pretender aguarle la alegría bueno es recordar algunos otros colores que parece olvidar. Vamos a ello.
La foto de Felipe González y Alfonso Guerra, asomándose a una ventana del hotel Palace, luce hoy un amarillento mustio-otoñal-macilento-pringón, no tanto por el tiempo, que 25 años no es nada, sino por lo que supuso de frustración a un pueblo que el 28 de octubre de hace 25 años, se volcó en las urnas, al reclamo de “Por el cambio”. Mayoría absoluta y 202 diputados era el legado que se ponía en manos de Felipe González, tomando el testigo a una débil UCD, que después de ganar dos elecciones, pasó de 168 a 11 diputados. Durante 14 años Felipe González gobernó España como quiso, cuanto quiso y cuándo quiso, perdiendo finalmente las elecciones frente a José María Aznar. Semejante afrenta, 12 años después, sigue escociendo y mucho me temo que el berrinche se alargará durante seis o siete generaciones, porque aquello supuso dejar muchas pudendas al aire y vaciar de mentiras las soflamas de un sistema agotado en 14 años, por corrupto y por trilero, en el que abundó el latrocinio y se facilitó el enriquecimiento de no pocos desalmados, cobijados entre las ubres del poder. Y también por experto en buscar atroches democráticos y por el moderno y singular uso de la cal viva como objeto de blanqueo…
Las secuelas del felipismo contaron pasos por los patios de muchas cárceles y el propio Felipe González, que decía enterarse por la prensa de lo que hacían sus ministros y que con tantos votos fue aupado al poder, se libró por un sólo voto de recorrer él mismo los senderos carcelarios con algunos de sus ministros, gobernadores, secretarios de estado, directores generales… Fue una época de bochorno nacional colectivo, en el que era más conocido el general Galindo, que cualquier ministro y en la que el director general de la Guardia Civil, un tal Roldán, andaba saltando tapias para huir de la Guardia Civil, al alimón con el gobernador del Banco de España, la directora del BOE, policías, delegados del Gobierno…
Felipe González, que presumía de venir de una lechería, fue el gran aliado del gran capital, puso alfombras a las multinacionales, facilitó el enriquecimiento de los propios y cercanos y llenó de cochambre y de temor a una España que aprendió que “el que se mueve no sale en la foto” y que los familiares del poder podían incluso disfrutar de despacho en las dependencias oficiales. Se pretendió enterrar a Montesquieu, metiendo el legislativo, el ejecutivo y el judicial en la misma coctelera; se intentó, con presiones inéditas, neutralizar a la Justicia y se buscó a la desesperada torcer el brazo a los medios de comunicación, primando a los obedientes y persiguiendo a los que ofrecían resistencia.
Presumían de tener un “dossier” de cada españolito, que pendía sobre nuestras cabezas, porque la sensación era de que “el gran hermano” nos vigilaba y sabía cuándo y cómo nos habíamos metido el dedo en la nariz. Enterraron el socialismo, se desprendieron del obrerismo, renunciaron a la república y al marxismo, se entregaron, como hambrientos al pan fácil y acabaron enterrando las ilusiones que más de diez millones de españoles pusieron en la esperanza de una renovación que sólo llegó para mantener los vicios y cambiar los nombres. Esta es la cara real de una etapa que ahora se nos presenta como maná celestial por los que, después de tantos años, siguen disfrutando de la bula felipista. ¿Qué de bien nacidos es ser agradecidos? ¡Ah, bueno!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario