En YouTube puede verse el video, del que se ha hecho eco medio mundo. Un fulano de 21 años está hablando por el móvil en el vagón de un tren de cercanías, en Cataluña. Se levanta y ve a una joven de definidos rasgos étnicos -parece que es ecuatoriana- que viaja sola sentada al otro lado del pasillo. El energúmeno, una pobre bestezuela que debería estar atada con una cadena muy corta, sin dejar de hablar por el móvil, se dirige a la muchacha y comienza a golpearla en la cara y le toca el pecho, mientras le dice “puta de mierda, vete a tu país”. La muchacha se achica en el asiento, visiblemente atemorizada y el fulano parece quedar satisfecho con su heroico comportamiento, pero inesperadamente le lanza una patada, más bien coz, en plena cara y vuelve a agredirla hasta que la víctima se levanta y huye. La cámara del tren lo grabó todo y el tiparraco ha sido detenido por la Guardia Civil
Por supuesto que es un hecho aislado, algo repugnante que sólo retrata la ira irracional del tipo que protagonizó la aberración y que está muy lejos del sentir de España, pero el video ha entrado en la conciencia internacional como grano de sal en una herida y España es señalada estos días como un país donde estas cosas ocurren porque pueden ocurrir.
¿Cómo explicarle ahora a la muchacha que eso fue un accidente fortuito, aislado, y que nos hiere a todos tanto o más que a ella? ¿Entenderá que España, entre ella y el mandril que la atacó, siempre se quedará con ella y que es el mandril el que sobra en España?
No sé que hará el juez con el tipillo, esa subespecie de humanoide, pero si lo encierra en la jaula de un zoológico, yo seré uno de los que paguen por verlo.
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