sábado, 10 de febrero de 2024

EL OPORTUNO IMPERTINENTE

 

El oportuno impertinente

Mi hija, 44 años, coge el libro recién llegado, rompe la envoltura y lee en voz alta el título: «¡Es un libro de Enrique Sánchez de León!: ‘Esos impertinentes reformistas de la Transición’». Hace una ojeada rápida, de crupier y lo deja sobre la mesa, con delicadeza, como si fuera de cristal. «¿Sabes quién es Enrique Sánchez de León?». Ella no lo duda: «Sí, un amigo tuyo». Acertó porque Enrique es un amigo al que quiero, un maestro al que admiro y una de las pocas personas que me han ayudado de verdad. Pero si señalo la edad de mi hija es porque su respuesta me ha hecho reflexionar sobre el «tempus fugit»: «Cualquiera de estas piedras nos sobrevivirá» (Arcadio). Ella es lectora, sabe escuchar, es médico, está informada y ha crecido en una casa en la que la Transición no es precisamente el Manuscrito de Voynich, pero lo que sabe de Enrique Sánchez de León, uno de los pilares esenciales de aquel periodo en España y desde luego, el fundamental en Extremadura, es que es amigo mío. Conociendo a Enrique, que nunca perdió el tiempo midiendo su sombra, hasta es posible que se sienta satisfecho con la simplificación de mi hija.


Enrique Sánchez de León fue uno de los personajes que argamasaron el paso entre la dictadura y la democracia, asfaltando el camino –que parecía imposible–, para evitar rupturas y enfrentamientos. Entre ese ramillete reducido de excelentes por su excelencia personal, por su cargo institucional, fue uno de los arquitectos que diseñaron la clave de bóveda de la Transición en España. Sin restar ningún mérito a los redactores de la Constitución, cuando ellos se sentaron a debatir, la mesa estaba puesta. Sugiero al respecto la lectura de ‘La transición política en Extremadura’, de un analista puntilloso como Feliciano Correa.


Va por etapas, pero, desde hace un par años, cada vez que activo el ordenador me acompaña la prodigiosa voz de Tracy Chapman, que hasta ahí llega mi capacidad de programación. A veces me adelanto y la oigo cuando aún no la ha desplegado. Algo así, pero en masa, ocurría en Extremadura cuando llegaba Enrique Sánchez de León, al que, por razones extrañas, se le oía antes de salir de Madrid. Se sabía que estaba cerca porque a la sede de UCD, generalmente vacía, llegaban desde todos los rincones de Extremadura. Que yo recuerde, nadie, nunca, tuvo tanto poder y tanto poder de convocatoria, aunque no sé qué iba primero. Ese tirón popular, incuestionable, es algo que el gran resentido, el odre de odio que gobernó Extremadura como un predio, no le perdonó jamás y, con mucho empeño, a base de ninguneo institucional, logró incluso que mi hija identifique a Enrique solo como un amigo de su padre.


Ahora, con prólogo de Ramón Tamames, la editorial Almuzara ha publicado las memorias de Enrique: ‘Esos impertinentes reformistas de la Transición’, para mí esenciales, porque nos adentran en aquellos días de desconcierto en los que, ni los fontaneros conocían los recodos para «dar agua mientras ponían las tuberías». El empeño de Sánchez de León, entre aquellos pocos, fue memorable, con la dificultad añadida de que no pertenecía a clanes comunitarios de poder, su ejecutoria estaba exenta de tiñas y tintes y la base de su pértiga la apoyaba en la lejana Extremadura. Ignorarlo es ignorarnos porque, a fin de cuentas, en su haber está cincelada la obra de un gran extremeño que no llegaba a los cargos para ocuparlos, sino para mejorarlos.

No hay comentarios: