sábado, 18 de noviembre de 2023

 

Me causáis vergüenza

No parece «la tonta del bote» y hasta tiene en su sonrisilla algo de la pícara capaz de quitar el reloj mientras pregunta la hora, pero doña Isabel, ministra de Algo y portavoz del Gobierno, puede partirse de risa mientras retransmite un entierro. Ella se ríe porque lo suyo es reírse, pero puñetera la gracia que hace con su risita cuando, cínica como su amo, adelanta 24 horas la votación de investidura: «Lo que diga mañana el presidente del Gobierno, será también lo que ocurra en los próximos años, porque ha demostrado que cumple su palabra». ¿Estaba de cachondeo, un poco piripi, insomnio, buscando la continuidad...? La doñita no tiene cara de «tonta del bote», pero quién sabe, Fernández Vara también parecía un político serio y fiable y cuando entró en el coro de palmeros, demostró tragaderas para engullir Monfragüe.


El exministro socialista Sáez de Cosculluela también se adelantó el martes y no perdió mucho tiempo a la hora de manifestar su hartazgo con la votación del jueves: «Me dais vergüenza». Como si al flautista y a sus ratones/as les importara. Posiblemente se den vergüenza ellos mismos, pero si hay donde mojar... ¡Por el chusco seguía el lazarillo a su amo! La pasada semana, tres de los cuatro diputados socialistas extremeños, salieron en tropel para aclararnos que con el voto de los extremeños se cachondearían de Extremadura, porque iban a dar a Sánchez un sí tan grande como el Teatro Romano. No hace falta acudir a un psicólogo para entender que salieron empujados por su mala conciencia y porque, en el fondo, se dan un poco de asquito. Hoy dicen lo contrario de lo que dijeron, como dirán lo contrario de lo que dicen hoy si se lo mandan.


Lo de la desvergüenza es un sentimiento generalizado en la calle, pero no compartido entre los conmilitones que comparten mesa en el Congreso de los Diputados. Todos, al rebufo de la pitanza que les ha tocado en el mercadillo, estaban dispuestos a mirar para otro lado, por aquello de «ande yo caliente y cabréese la gente». Para todos ellos llueve café en el campo y la indignación que en España produce un Gobierno claudicante, mercantilista y arrodillado ante un huido de la Justicia, se la pasan por el arco del triunfo. Uno de los fugados, uno de los amnistiados, ha estado oportuno al referirse a Pedro Sánchez, rescatando las palabras que le atribuyen a Roosevelt: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». Para analizar.


Hemos visto en muchas películas como en épocas pretéritas los terratenientes imponían a sus lacayos en las elecciones, facilitándoles dinero para que pagaran «el voto de la morralla». Veíamos las escenas con la superioridad del que vive en un mundo diferente, en el que esas prácticas están erradicadas... ¿Erradicadas? ¿Es que no han comprado el voto de muchos diputados, incluso con dinero y en un intercambio de favores, «tu me das, yo te doy», para lograr la investidura? ¿Qué diferencia hay entre el terrateniente que imponía en la alcaldía a su contable, comprando los votos y lo que vimos en el Congreso de los Diputados el pasado jueves? La diferencia más notable es que el ricacho pagada de su dinero y ahora usan el nuestro. Extremadura pondrá muchos millones para pagar a los golpistas una hazaña que les ha salido muy rentable. Ahora, uno a uno, todos los grupitos, pasarán por ventanilla. También los cuatro diputados socialistas extremeños. A ellos plin.


Sorpresa ninguna, aunque Leguina y otros ingenuos confiaban en que la felonía no llegaría a buen puerto. Ciertamente están en el pasado.

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