sábado, 28 de octubre de 2023

 

La maldita resignación

Durante la Transición, que ahora quieren desmontar como si el edificio estuviera concluido y fuera un andamio que no se va a utilizar más, había sonidos, ruidos, «frusfrus», que alertaban al poder político de sus limitaciones, porque al otro lado de la calle existía un contrapoder acechante. «Frus-frus de sotanas», «frusfrus de sables», «frus-frus de togas», «frus-frus del papel», «frus-frus sindical»... «Frus-frus» era la onomatopeya del imaginario ruido de las togas, sotanas, sables… al rozar con el suelo. Y significaba «ojo, que hay cabreo y movimiento». En España, además de esos contrapesos determinantes, había Universidad, inquietud social, intelectuales con voz propia y un poder económico que, tras las bambalinas, marcaba pautas y directrices. Suárez, Calvo Sotelo (‘El breve’) y Felipe González gobernaron con las prerrogativas propias del cargo, pero con las limitaciones que la sensatez imponía porque, –«los experimentos con gaseosa»–, sabían que no podían desviarse sin tener una respuesta inmediata. Tenían rebeldes incluso dentro de sus propios partidos. Recordemos el «cuerpo a tierra, que vienen los nuestros», feliz expresión de Pío Cabanillas, la dimisión de Suárez por una UCD desgarrada desde dentro o la huelga general que la UGT, capitaneada por el socialista Nicolás Redondo, le montó a Felipe González. El PSOE de hoy, una «clac» sin armas ideológicas, está desaparecido y ni está ni se le espera.


Hoy la respuesta más ruidosa es el silencio claudicante, la complicidad, la sumisión, la aceptación resignada y la obediencia perruna, con recaderos, mediadores y «correveidiles» que han renunciado a la dignidad personal para convertirse en alguaciles de la causa sanchista… ¡Ay, cómo duelen! Supongo que cuando estos renegados de su palabra y de su propia causa se miran al espejo, no se reconocerán porque algunos, como el retrato de Dorian Gray, han trasmutado de corderos a lobos. Acabarán mal y desprestigiados, aunque a corto plazo logren la pitanza de un ministerio.


Siguen ahí, pero como si hubieran desaparecido, la Universidad, los sindicatos, el Ejército, los intelectuales, el mundo de la escena, la Cultura, el poder judicial, la Iglesia y los medios de comunicación que, con pocas excepciones, si les pisan piden perdón por haber puesto el pie debajo de la bota del amo. Llevamos mucho tiempo con el Congreso enmudecido porque su Mesa, con la isleña agradecida al frente, no parpadeará hasta que el nuevo flautista de Hamelín lo ordene. Todos los ingredientes de la democracia para que el de los pantalones pitillo elabore su tarta. Todo en manos de una sola persona, que aglutina los poderes como un faraón. Eso sí, un faraón progresista que, para seguir, pacta con filoterroristas, golpistas, separatistas, huidos de la Justicia... ¡Todos ellos muy progresistas! El progreso los une, Otegi mismo es la imagen del progreso, lo lleva escrito en su cara.


Hemos retirado el andamio sin haber concluido la obra, porque hoy hay más pesebre y menos libertad. Los voceros/as, estratégicamente distribuidos, abren la boca como ‘monchitos’ y la sumisión de casi todos los estamentos al supremo mando es incondicional. El «ahora vienen a por mí, pero es demasiado tarde», puede hacerse grito colectivo en un futuro inmediato, cuando las hojas caídas no puedan retornar a la rama. España es un país perplejo, perezoso e indolente, que se limita a mirar con estupor las contradicciones de un Gobierno que, como guitarra de mesón, «hoy toca jota y mañana petenera». Poco nos pasa.

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