La ventana
indiscreta/La calma del encinar
EL SILENCIO
Tomás Martín Tamayo
Para el
emperador Augusto, Tiberio era “el general de los silencios” porque cada vez
que se juntaban, él hacía todo el gasto de la conversación, mientras que
Tiberio miraba, sin mostrar aceptación o rechazo de lo que oía. Cuando el
emperador enfermó, en la campaña contra los astures y fue sustituido por el
general Agripa, se quejó de Tiberio, que lo acompañaba como segundo: “El largo
parece que escucha, pero yo no sé si oye”.
Sobre el
silencio podría escribir mucho Beatriz Flamini, que supo estar sola y en
silencio durante 500 días, a 700 metros de profundidad e incomunicada, en una
cueva de Granada. Asegura que el silencio era tan grande y prolongado que a
veces tenía ganas de gritar, pero que no lo hacía porque la cueva era muy
respetuosa con ella. Goya dijo que “el sueño de la razón engendra monstruos”,
pero puede que haya cuevas respetuosas. 500 días de silencio no son muchos para
los que se imponen algunos monjes, que incluso acaban molestando a los
veteranos. Dicen que uno entró en un convento en el que solo permitían decir
dos palabras cada cinco años. Cuando le tocó, aprovechó sus dos palabras: “Sopa
aguada”. Pasados otros cinco años, se despachó: “Mucho frío”. Y a los quince se
desmelenó: “Me voy”. El padre prior lo miró y soltó las suyas: “Puñetero
charlatán”.
El silencio
suele ser un arma muy eficaz, pero también muy escasa y si se vendiera,
superaría el precio del caviar. Jesús Quintero, que con los silencios empujaba
a sus entrevistados, decía que “el que domina el silencio domina el momento. ¿Cuántas
veces hemos añorado un silencio que parece imposible a nuestro alrededor? ¿Y
cuántas hemos admirado al que sabe hablar callado? ¿No fue elocuente el
silencio de Jesús ante Pilato? Conozco a un abogado que, cuando sabe que sus
defendidos son culpables y van a ser condenados, les propone el silencio
“porque el silencio los defiende mejor que yo”. Palacio Valdés, cuenta de dos
segadores zamoranos que llevaban todo el día juntos, segando codo con codo y
sin cruzar una sola palabra. Al atardecer, uno se inclinó para desperezarse:
“¡Qué a gusto se está en silencio!”. El compañero siguió segando y dos horas
después, cuando recogían, respondió: “¿Y por qué hablaste”?
“¿Cómo compuso
la V Sinfonía?” “En silencio”, respondió Beethoven. Nunca guardaron silencio
“Los héroes del silencio” y Carlos Gardel lo ubicaba en la noche. “El silencio
es oro”, cantaban The Tremeloes. El silencio tiene ritmo, pero no se oye,
aunque Simon y Garfunkel le pusieron música para
venderlo. Peor es lo de Bisbal, haciendo mucho ruido para cantar al silencio.
Para mí no hay mayor silencio que el del encinar cuando, al anochecer, callan
las cigarras. Al poeta Jesús Delgado Valhondo, le impresionaba el silencio de
la plaza de toros tras la corrida y Curro Romero oía al toro cuando lo miraba,
en silencio. Carmen Martín Gaite en “Nubosidad variable” describe el
ruido y el color del silencio de las amistades rotas.
Pero en los silencios también hay categorías. No es lo mismo el
silencio buscado de Beatriz Flamini, que el impuesto a los contestatarios del
poder. Elisabeth Noelle-Neumann, en “La espiral del silencio” elaboró una
teoría sobre el control social de los medios
de comunicación, que se ha hecho mandamiento para todas las organizaciones,
empresariales, sociales, políticas…Además, hay silencios sucios, hipócritas,
cobardes... Nos delata lo que decimos y también lo que callamos. En silencio.
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