sábado, 6 de mayo de 2023



 

La ventana indiscreta/La calma del encinar

EL SILENCIO

 

                           Tomás Martín Tamayo

 

Para el emperador Augusto, Tiberio era “el general de los silencios” porque cada vez que se juntaban, él hacía todo el gasto de la conversación, mientras que Tiberio miraba, sin mostrar aceptación o rechazo de lo que oía. Cuando el emperador enfermó, en la campaña contra los astures y fue sustituido por el general Agripa, se quejó de Tiberio, que lo acompañaba como segundo: “El largo parece que escucha, pero yo no sé si oye”.

 

Sobre el silencio podría escribir mucho Beatriz Flamini, que supo estar sola y en silencio durante 500 días, a 700 metros de profundidad e incomunicada, en una cueva de Granada. Asegura que el silencio era tan grande y prolongado que a veces tenía ganas de gritar, pero que no lo hacía porque la cueva era muy respetuosa con ella. Goya dijo que “el sueño de la razón engendra monstruos”, pero puede que haya cuevas respetuosas. 500 días de silencio no son muchos para los que se imponen algunos monjes, que incluso acaban molestando a los veteranos. Dicen que uno entró en un convento en el que solo permitían decir dos palabras cada cinco años. Cuando le tocó, aprovechó sus dos palabras: “Sopa aguada”. Pasados otros cinco años, se despachó: “Mucho frío”. Y a los quince se desmelenó: “Me voy”. El padre prior lo miró y soltó las suyas: “Puñetero charlatán”.

 

El silencio suele ser un arma muy eficaz, pero también muy escasa y si se vendiera, superaría el precio del caviar. Jesús Quintero, que con los silencios empujaba a sus entrevistados, decía que “el que domina el silencio domina el momento. ¿Cuántas veces hemos añorado un silencio que parece imposible a nuestro alrededor? ¿Y cuántas hemos admirado al que sabe hablar callado? ¿No fue elocuente el silencio de Jesús ante Pilato? Conozco a un abogado que, cuando sabe que sus defendidos son culpables y van a ser condenados, les propone el silencio “porque el silencio los defiende mejor que yo”. Palacio Valdés, cuenta de dos segadores zamoranos que llevaban todo el día juntos, segando codo con codo y sin cruzar una sola palabra. Al atardecer, uno se inclinó para desperezarse: “¡Qué a gusto se está en silencio!”. El compañero siguió segando y dos horas después, cuando recogían, respondió: “¿Y por qué hablaste”?

 

“¿Cómo compuso la V Sinfonía?” “En silencio”, respondió Beethoven. Nunca guardaron silencio “Los héroes del silencio” y Carlos Gardel lo ubicaba en la noche. “El silencio es oro”, cantaban The Tremeloes. El silencio tiene ritmo, pero no se oye, aunque Simon y Garfunkel le pusieron música para venderlo. Peor es lo de Bisbal, haciendo mucho ruido para cantar al silencio. Para mí no hay mayor silencio que el del encinar cuando, al anochecer, callan las cigarras. Al poeta Jesús Delgado Valhondo, le impresionaba el silencio de la plaza de toros tras la corrida y Curro Romero oía al toro cuando lo miraba, en silencio.  Carmen Martín Gaite en “Nubosidad variable” describe el ruido y el color del silencio de las amistades rotas.

 

 Pero en los silencios también hay categorías. No es lo mismo el silencio buscado de Beatriz Flamini, que el impuesto a los contestatarios del poder. Elisabeth Noelle-Neumann, en “La espiral del silencio” elaboró una teoría sobre el control social de los medios de comunicación, que se ha hecho mandamiento para todas las organizaciones, empresariales, sociales, políticas…Además, hay silencios sucios, hipócritas, cobardes... Nos delata lo que decimos y también lo que callamos. En silencio.

 

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