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La ventana
indiscreta/La calma del encinar
¿DÓNDE
PONEMOS LOS ASOMBROS?
Tomás Martín Tamayo
Llevan decenios burlándose de España, adoctrinando
desde el parvulario con el “España nos roba”, desacreditándola internacionalmente
y cuestionando sus tribunales de Justicia, pero seguimos amamantándolos, como
gorrina protectora con sus cochinillos. Ahora sabemos que los secesionistas
catalanes buscaron el auxilio de Putin, incluso al precio de servir como correa
de transmisión para propagar bulos contra España y ubicando la futura república
catalana en la órbita de Rusia. Los “antifascistas” catalanes buscaban recursos
y apoyos fuera de la UE y la alternativa de un demócrata como Putin colmaba
todas sus aspiraciones: “Señoritos que se paseaban por Europa, reuniéndose con
la gente equivocada, porque por un rato se creían James Bond”, dijo un rufián.
Poco puede extrañar de un caradura como
Puigdemont, pero escuece que el prófugo viva como un reyezuelo, corte incluida,
en un exilio dorado a costa de la España que odia. Consuela saber que, como
tiene más flequillo que luces, para exiliarse ha elegido Bélgica y que lo está
pasando peor que sus compis en las cárceles catalanas. ¡Que allí se quede el
resto de sus días y que sean muchos! Menuda condena.
¿Es novedad que al honorable Pere
Aragonés le moleste la bandera de España, mientras se inclina respetuoso ante
la alemana, la francesa, la italiana…? ¿O que desprecie al jefe del Estado, del
que es representante en Cataluña? No cabe duda de que nuestro sistema necesita
una revisión a fondo, aunque solo sea para que en la UE nos entiendan algo
mejor. Mal vamos si estos versos sueltos marcan los tiempos de la rima y
mientras ellos se divierten España paga las facturas.
Ahora
salta al ruedo, otra vez, Clara Ponsatí, una abuelita con las neuronas en
respiración asistida, acostumbrada a vivir huida, como El Lute pero protegida y
cobrando. La ella, que fue consejera con Puigdemont, va de radical ultramontana
y como le cogió gustillo a lo de cobrar por provocar, inaugura su pasarela de
primavera-verano y razona que la independencia de Cataluña justificaría alguna
muerte, “porque todas las grandes empresas han costado sacrificios”. ¿Estaría
dispuesta a entregar la suya por Cataluña? Es que le coge muy lejos, porque
vive en Escocia y, además, para eso están los obreros de la república. Esta,
doña Clara Ponsatí, fue la que, cuando cayeron en Madrid las primeras víctimas
por el COVID, dijo divertida: “De Madrid al cielo”. ¿Y de qué vive la ilustre?
Es eurodiputada, como el de Waterloo, pero sin un nido de cigüeña en la cabeza.
Lo peor es que estos parásitos en la diáspora tienen
licencia para “gilipollear” porque el insomne de la Moncloa los necesita para
seguir. El poeta Jesús Delgado Valhondo,
que ayer se preguntaba “¿Dónde ponemos los asombros?, hoy cambiaría su
interrogante por “¿Dónde están los asombros?” En el País de Nunca Jamás, que es
donde tiene la cabeza esta gente, que está arruinando a Cataluña con los votos
de los catalanes. Sarna con gusto no pica.
¿Por qué nos siguen indignando las idioteces de los
que viven de parirlas y propagarlas? Han repetido tanto el truco que ya lo
conocemos, pero qué habilidad tienen, que siguen viviendo de él. El separatismo
es un salvoconducto muy rentable y ahí están, pasándose el testigo, generación
tras generación, ordeñando la teta hasta que brote esa sangre que le parece un
precio justo a la Ponsatí. Sangre ajena, claro, de parias de la calle dirigidos
por el CDR. ¿Y qué les diría Putin?
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