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La
ventana indiscreta
COBARDES
O ALGO PEOR
Tomás Martín Tamayo
Zelenski, presidente de Ucrania, se
mostraba perplejo: “¡Nos han dejado solos!”. Como recién llegado al mundo de la
política, parecía sorprendido de que las zalamerías previas de la UE y OTAN se
diluyeran cuando la invasión rusa se hizo realidad y que la palabrería de la
diplomacia USA fuera tan superflua como el quiquiriquí del gallo en la
madrugada. Su país, Ucrania, había sido invadido por el atrevimiento de haber
iniciado tanteos para acercarse a la UE y a la OTAN y no entendía que la bota
rusa cayera sobre él, mientras que sus pretendidos socios se limitaban a cacarear
el rechazo a la invasión, justificando que no podían tomar parte en el
conflicto porque Ucrania, todavía, no era miembro del club. Como Zelenski,
todos hemos aprendido de la “gran política”.
Según la doctrina de la UE y de la OTAN,
con EE. UU como batutero mayor, si vemos a un matón apaleando a una anciana no
podemos intervenir a menos que sea de nuestra familia. Ante nuestros ojos, el
bestiajo puede descuartizarla a bastonazos y nosotros debemos contemplarlo con
estupor, con indignación e incluso con ira contenida, pero sin inmiscuirnos,
aunque el olor de la sangre y la carne apaleada impregne nuestras pituitarias.
Eso sí, para descargar nuestra conciencia, podemos dejar al alcance la de
víctima un cortaúñas o un palo de fregona, para que ella se defienda. Y no hay
más. Si el tipo se ensañarse con su víctima, lo prudente es mantenerse a
distancia, que la sangre salpica mucho. Podemos indignarnos o comentarlo en el
bar, pero sin intervenir, porque las consecuencias pueden ser aún peores.
¿Peores? Eso dicen, pero que se lo pregunten a la pobre anciana, sola y
pisoteada.
El mundo civilizado está regido por los
principios de Antón Pirulero y fuera de ellos todo queda lejos. Un país pisoteado por la bota de un sátrapa,
edificios civiles derribados, industrias nucleares amenazadas, miles de
muertos, dos millones de personas huyendo, niños masacrados por el fuego,
bombardeando los corredores humanitarios., pero el mundo civilizado solo puede
mirar con estupor el genocidio de un tiparraco al que no le pueden poner
límites. ¿Porque Ucrania no pertenece al club? Sí, claro.
El remedo de Stalin, surgido de alguna
alcantarilla hedionda de la Rusia actual, lleva muchos años avisando de sus
ínfulas imperialistas, pero nadie ha querido, podido o sabido poner freno a sus
acometidas y las víctimas, una detrás de otra, han sido engullidas en su
insaciable estómago, por la política de los hechos consumados. Va de matón de
pueblo, de chulo de la taberna y sabe que con enseñar la faca (cabezas
nucleares), la clientela le cede el paso porque, previamente, ha dejado claro
que da sin avisar y que no le tiembla el pulso. Con las cabezas nucleares
tampoco.
La
experiencia que le falta al bisoño Zelenski, le sobra al colmillo retorcido y
cariado de Putin - ¡Vaya diminutivo! -, que tiene tomada la medida de la mal llamada
“comunidad internacional” y sabe que la cobardía, o algo peor, es el norte que
la guía. En vivo y en directo, durante meses, fue acumulando un importante
arsenal bélico en las fronteras de un país soberano y cuando le apeteció entró
en él, con la delicadeza de tanques, aviones de combate y artillería pesada.
Caiga quien caiga, a él le da igual. Y a los demás también.
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