La
ventana indiscreta
¿LES PONEMOS UN CAMPANILLO?
Tomás
Martín Tamayo
Tengo puestas tres dosis de la Pfizer y me declaro “vacunacionista” convencido. Creo que Edward Jenner, que en 1.796 desarrolló la primera vacuna, ha sido, con Fleming, la persona que más vidas ha salvado en la historia de la Humanidad. Cuestionar sus beneficios es difícil, aunque sé que sus detractores, incluidos científicos de prestigio, surgieron al mismo tiempo que las vacunas.
Ayer,
en el canal dedicado al chinchorreo de las gilipolleces supremas, comparaban antivacunas
con “terraplanistas” capaces de negar el parpadeo, al mismo tiempo que
parpadean. Creo que los antivacunas no merecen semejante comparación, porque no
se basan en la irracionalidad y algunos de los que las cuestionan saben de
medicina y de vacunas. Otros, que opinan de todo, ignoran qué son y en qué
consisten. Y eso, a pesar de que en España han brotado cincuenta millones de
virólogos/epidemiólogos en los dos últimos años. Un médico preguntó: ¿Qué es
una vacuna? Y una celebridad televisiva lo aclaró: ¡Es una inyección que te
ponen en el brazo! Bingo.
Ahora
hay una acometida feroz, perfectamente planificada y teledirigida, contra los
antivacunas, negacionistas o precavidos que cuestionan la celeridad con la que
han desarrollado la del Covid-19. Es verdad que está aliviando la carga de las
UCIS y la letalidad, pero nada se sabe de las consecuencias que pueden
derivarse de ella a medio y largo plazo. Además, todos estamos perplejos por
los bandazos de supuestos responsables que, en una semana, cambian diez veces
de criterio y veinte de dirección. Si mañana nos dicen que lo mejor es llevar
una lechuga en la cabeza, las lechugas subirían de precio... ¡Mejor un plátano
y que sea de La Palma!
El
“café para todos” que quieren imponernos, se está demostrando contraproducente
en unos casos y peligroso en otros. Yo mismo he pasado un calvario tras la
tercera dosis, posiblemente porque mi sistema se “atragantó” con tanta carga
defensiva. ¿La necesitaba? No lo sé porque no se sabe, pero establecer para todos
el mismo rasero no se compadece con una medicina atenta a la singularidad de
cada paciente.
El
enemigo es el virus y quien lo soltó, no los antivacunas. Ellos, aunque se les anatematice,
no dejaron “escapar”, al bichito, pero es más barato señalar al paisano que a
los chinos, con los que nadie se atreve. ¿No interesa saber cómo surgió todo esto?
Seis millones de muertos, la economía global hundida - ¡menos en China! -, y
dos años después, no se sabe nada, porque nada se quiere saber. China pupa, a China
no se le toca ni con una pluma de colibrí. ¿Imaginan que el virus se hubiera “distraído”
en un laboratorio de España?
¿Ponemos
el campanillo de los leprosos a los antivacunas o a los que, sin serlo, no
quieren vacunarse? La acometida es feroz contra ellos, para forzarlos a pasar
por el aro y que se sumen al rebaño de los “No mires arriba”. ¿Hay que
vacunarse por coj…? El pasaporte Covid, como los inventos del TBO, sirve para
entretener, pero no garantiza nada, porque puede abrir la puerta a vacunados
con el virus activo y cerrarla a no vacunados que no lo tienen. Los primeros, si
están contagiados pueden contagiar y los segundos no pueden contagiar si no
están contagiados. ¡Venga, el campanillo, tilín, tilín, tilín!
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