domingo, 10 de octubre de 2021

 



La calma del encinar

PISANDO CHARCOS

 

                            Tomás Martín Tamayo

 

 

 

En los festejos organizados en Méjico, para celebrar sus 200 años de independencia, se coló el Papa Francisco con una misiva inesperada en la que pedía perdón por los pecados personales y sociales, por las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización en la Nueva España... Quinientos años atrás. Pedía perdón por acciones que provocaron sufrimiento e imploraba no evocar los dolores del pasado, que era exactamente lo que estaba haciendo él.  La carta del Papa fue leída por el Presidente del Episcopado mejicano, que no parecía muy convencido del acierto de lo que estaba haciendo: “Seguir dando pasos en vistas a sanar las heridas, a cultivar un diálogo abierto y respetuoso entre las diferencias y a construir la tan anhelada fraternidad, priorizando el bien común por encima de intereses particulares, las tensiones y los conflictos…” De manual, vamos.

 

No es malo señalar errores ajenos, pero es mejor asumir los propios. Y es más positivo reconocer los actuales que los supuestamente cometidos hace quinientos años. Al papa Francisco se le señalan muchos dentro de la propia Iglesia y cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y feligreses, en número creciente, muestran públicamente su disconformidad con acciones del Obispo de Roma,  que consideran contrarias a la doctrina que representa. Es la primera vez que se oyen voces discrepantes contra el Pontífice desde la cúpula de la Iglesia. Para opinar de la Conquista parece que el Papa Francisco solo ha leído a Bartolomé de las Casas, un fraile dominico que defendía con ardor a los indígenas de las Américas  y justificaba  la esclavitud de negros africanos. ¿Cuestión de piel? ¿La esclavitud para los negros?  Durante su estancia en Cuba, De las Casas solicitó a Carlos V  permiso para la importación de hombres negros esclavos. Tela con el fraile.

 

Si pudiera, le haría llegar al Papa Francisco un ejemplar de  “Hernán Cortés”,  de Salvador de Madariaga, para que tuviera una visión más amplia  y menos sesgada de lo que hicieron allí los españoles y de la entrega y sacrificio de los misioneros que, entregando sus vidas, lograron erradicar la esclavitud y el canibalismo, practicas comunes entre los nativos. Una entrada publicada en Twitter esta semana, resumía la incursión del Papa Francisco, en el perdón que el presidente mejicano exigía a la Iglesia y a España por la conquista: “Un Papa argentino de origen italiano, pide perdón a un presidente mexicano de origen español por la conquista española de hace cinco siglos... ¡Hacéis teatro por encima de vuestras posibilidades!”. Sí, puro teatro.

 

El Papa Francisco se anima solo y no necesita que le toquen las palmas para salir por peteneras, aunque parece guiado por su compatriota, la monja populista, alcahueta y sabelotodo, sor Lucia Caran, experta en pisar charcos desde un “yoismo” (yo creo, yo digo, yo pienso, yo, yo, yo) que delata su ego y su soberbia. Ella también exige el perdón por lo que se hizo hace quinientos años, mientras, campechana y dicharachera, suelta su latiguillo de “eso no lo entiende ni Dios”. No lo entiende nadie.

 

Si el Papa Francisco tiene el propósito de desmitificar la institución, lo está consiguiendo de forma rápida y efectiva porque,  desde que llegó,  anda pisando charcos y embarrándose los bajos de la sotana. Muchos, desde de la propia Iglesia, también esperan que pida perdón porque consideran que sus palabras son más propias  de un monaguillo que de un Papa. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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