La
calma del encinar
PISANDO
CHARCOS
Tomás Martín Tamayo
En los festejos organizados en Méjico, para celebrar sus 200 años de
independencia, se coló el Papa Francisco con una misiva inesperada en la que
pedía perdón por los pecados personales y sociales, por las acciones u
omisiones que no contribuyeron a la evangelización en la Nueva España... Quinientos
años atrás. Pedía perdón por acciones que provocaron sufrimiento e imploraba no
evocar los dolores del pasado, que era exactamente lo que estaba haciendo
él. La carta del Papa fue leída por el Presidente
del Episcopado mejicano, que no parecía muy convencido del acierto de lo que
estaba haciendo: “Seguir dando pasos en vistas a sanar las heridas, a cultivar
un diálogo abierto y respetuoso entre las diferencias y a construir la tan
anhelada fraternidad, priorizando el bien común por encima de intereses
particulares, las tensiones y los conflictos…” De manual, vamos.
No es malo señalar errores ajenos, pero es mejor asumir los propios. Y
es más positivo reconocer los actuales que los supuestamente cometidos hace
quinientos años. Al papa Francisco se le señalan muchos dentro de la propia
Iglesia y cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y feligreses, en número
creciente, muestran públicamente su disconformidad con acciones del Obispo de
Roma, que consideran contrarias a la
doctrina que representa. Es la primera vez que se oyen voces discrepantes
contra el Pontífice desde la cúpula de la Iglesia. Para opinar de la Conquista
parece que el Papa Francisco solo ha leído a Bartolomé de las Casas, un fraile
dominico que defendía con ardor a los indígenas de las Américas y justificaba la esclavitud de negros africanos. ¿Cuestión
de piel? ¿La esclavitud para los negros?
Durante su estancia en Cuba, De las Casas solicitó a Carlos V permiso para la importación de hombres negros
esclavos. Tela con el fraile.
Si pudiera, le haría llegar al Papa Francisco un ejemplar de “Hernán Cortés”, de Salvador de Madariaga, para que tuviera una
visión más amplia y menos sesgada de lo
que hicieron allí los españoles y de la entrega y sacrificio de los misioneros
que, entregando sus vidas, lograron erradicar la esclavitud y el canibalismo,
practicas comunes entre los nativos. Una entrada publicada en Twitter esta
semana, resumía la incursión del Papa Francisco, en el perdón que el presidente
mejicano exigía a la Iglesia y a España por la conquista: “Un Papa argentino de
origen italiano, pide perdón a un presidente mexicano de origen español por la
conquista española de hace cinco siglos... ¡Hacéis teatro por encima de
vuestras posibilidades!”. Sí, puro teatro.
El Papa Francisco se anima solo y no necesita que le toquen las palmas
para salir por peteneras, aunque parece guiado por su compatriota, la monja
populista, alcahueta y sabelotodo, sor Lucia Caran, experta en pisar charcos
desde un “yoismo” (yo creo, yo digo, yo pienso, yo, yo, yo) que delata su ego y
su soberbia. Ella también exige el perdón por lo que se hizo hace quinientos
años, mientras, campechana y dicharachera, suelta su latiguillo de “eso no lo
entiende ni Dios”. No lo entiende nadie.
Si el Papa Francisco tiene el propósito de desmitificar la institución,
lo está consiguiendo de forma rápida y efectiva porque, desde que llegó, anda pisando charcos y embarrándose los bajos
de la sotana. Muchos, desde de la propia Iglesia, también esperan que pida
perdón porque consideran que sus palabras son más propias de un monaguillo que de un Papa. Amén.

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