sábado, 28 de noviembre de 2020

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 La calma del encinar

 ¿DE QUÉ ME SUENA? ( y II)

 

                                                    Tomás Martín Tamayo

                                                                       Blog Cuentos del Día a Día

                                                                       tomasmartintamayo@gmail.com

 

 

Heliogábalo llegó para divertirse, para disfrutar y, como buen manirroto, cada vez que las arcas del Imperio se reponían, él organizaba un “fiestorro”  de varios días  -tipo boda de Farruquito pero a lo bestia-, que dejaba tiritando las reservas. Para divertirse se rodeó de pillos, como Zótico, otro desalmado y experto en maldades, comprando y vendiéndolo todo, porque incluso llegó a prostituirse.

 Ajeno a la gobernabilidad del Imperio, acudía al Senado rodeado de una chusma que lo aplaudía constantemente. Y aburría hasta el bostezo con sus interminables batallita, mientras que los senadores, calvorotas y sesudos, escuchaban al pipiolo asintiendo, admirados y complacidos… ¡Esto me suena, me suena, me suena!

 

Pasaba con sus amigos  semanas  de palacio en palacio o costeando en lujosos barcos, llenos de manjares, vinos,  putas y putos y, como no escuchaba, carecía de ideas y  aquello de la unidad del Imperio le sonaba como esquilones de carneros, nombró coimperator a Hierocles, un esclavo  famoso por su larga  y ensortijada cabellera rubia. ¿Qué si Hierocles era un genio? ¡Otro gilipollas como él, pero con melena!  ¿De qué me suena?

 

Heliogábalo era un exhibicionista y le gustaba travestirse para los  actos públicos en los que lucía su figura apolínea y sus andares marciales. Una vez sorprendió a todos porque, arrodillado, se  abrió de nalgas para que unos esclavos negros lo penetraran. Y obligó  a los  delegados de provincias a participar en las desviaciones de la que llamaba “Religión de los Placeres”, en la que él era sumo sacerdote. ¡Uf, uf, uf, caliente, caliente!

 

Expropió  y usó en su beneficio los bienes del Imperio y, como según el día, se consideraba hombre o mujer, ordenó que se instituyera el “Senado de las Mujeres”, con las mismas atribuciones que el tradicional y al que acudía vestido de mujer. En tres años se casó cinco veces y pretendió hacerlo una vez más, uniéndose en matrimonio con dos jóvenes esclavos a los que se había encontrado en un prostíbulo.

 

En apenas dos años,  de Heliogábalo no se fiaba ni él,  porque a todos prometía y con nadie cumplía. Engañó al Ejército, al pueblo y al Senado. Esquilmó a las provincias y situó  a los amancebados que le rodeaban en los puestos que quedaban libres por las decapitaciones… Me sigue sonando.

 

Tuvo Heliogábalo, justo es reconocérselo, ramalazos teatrales dignos del mejor autor de la época. Por sugerencia de su madre, que también era gilipollas, y para congraciarse con la aristocracia, organizó una comida, invitando a más de quinientos comensales. Allí se dio cita la crema del imperio, las ellas pintadas y enjoyadas hasta el cogote y los ellos pinchos y con la capa dorada ocultando la barriga. En la comida que sirvieron había aportaciones gastronómicas de todas las provincias y el vino corrió como si fuera un afluente  del Tíber. Pero Heliogábalo quiso demostrarles su afecto y  en los postres,  el techo se abrió y comenzaron a caer tal cantidad de pétalos de rosas, lirios y jazmines que todos quedaron sepultados. Un centenar de  gilipollas murieron asfixiados. Y perfumados.

 

Heliogábalo llegó con la mentira, diciendo que era poeta, hijo y heredero de Caracalla, pero al poco se fue con una verdad incontestable: Le rebanaron el pescuezo,  pronto, pero muy tarde, porque  en cuatro años la ruina que dejó debilitó al Imperio hasta tener que establecer nuevos tratados con las provincias, rebajandoles los impuestos, para que no se declararan en rebeldía… Esto no me suena todavía, pero me sonará.

 

PD. Lo que no es verdad, me lo he inventado.

 

 

 

 


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