La
calma del encinar
OTRA VISIÓN
Tomás Martín Tamayo
tomasmartintamayo@gmail.com
El Covid-19 no
ha llegado en paracaídas ni empujado por vientos caprichosos. Los modelo políticos imperantes son una burla
corrupta y los económicos una temeridad ramplona e inhumana. Hemos arrasado
especies animales y vegetales, estamos derritiendo los polos, propiciamos
sequías, inundaciones, terremotos, lluvias torrenciales, huracanes, hambrunas y
millones de desplazados. Nuestro mundo está llegando a su estación término,
está sentenciado y si no es directamente
por un patógeno, un tsunami o un meteorito, acabará, por podredumbre,
precipitado con el soplido de un abanico.
El mundo ha
cambiado muchas veces, pero tenemos poca memoria. En “El shock del futuro”,
Toffer adelantaba que “Los analfabetos
del futuro serán aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”.
Parece que “desaprender” es muy trabajoso y no ponemos mucho empeño en
“reaprender”, por lo que, cíclicamente, algo nos arrasa.
¿Imaginan las dificultades
de los aventureros que arribaron al
llamado “Nuevo Mundo”? No solo pisaban un suelo desconocido sino que, además,
lo hacían con el lastre del que conocían. Eso era peor que partir de cero,
porque llevaban una pesada carga de creencias, vicios y costumbres que dificultaban
las posibilidades de escribir en un
folio en blanco. Iban tan cargados que llevaron incluso enfermedades allí
desconocidas, pero lo difícil era “desaprender” con otra visión, partiendo de una
realidad ingrata que exigía “reaprender”. Nunca lo hacemos.
Detrás de cada
árbol se escondía un peligro, el crujir de las ramas era una amenaza, las aves extrañas
dibujaban en su vuelo malos presagios y el desconocimiento sembraba espectros
fantasmales que, sumados a las supercherías, los llenaban de temores. Solo disponían
del lastre que llevaban en el saco de la memoria, porque la medicina más
socorrida era santiguarse y mirar implorantes al cielo. Casi como ahora.
Incapaces de
empatizar con los nativos, tan sorprendidos como ellos, la solución más
facilona fue enrocarse en la ignorancia, porque no pudieron separar la verdad
de la mentira, ni mirar de otra manera lo que tenían delante. Casi como ahora.
Con la
invasión del Covid-19 -¿le llamamos
conquista?- nuestro mundo, como aquel, ha sido zarandeado y, aunque con el
tiempo recuperemos una aparente normalidad, acabamos de pisar una realidad que
irá exigiendo nuevos modos, costumbres y creencias. Si no logramos levantar la
mirada, quedaremos relegados porque el patógeno impondrá un cambio radical. Uno
más en la historia de la Humanidad.
Estamos en la antesala de un cambio global y
va a ser muy difícil afrontarlo con una mentalidad vieja. El Imperio romano, al
final, cayó por el óxido de las mismas armas que propiciaron su expansión. El
atentado de las Torres Gemelas parece haberse superado, pero quedaron controles
que restringen movimientos y cercenan
nuestra libertad. ¿La revolución francesa solo sirvió para poner a los reyes bajo la guillotina? ¿La Segunda
Guerra Mundial solo puso orden entre malos y buenos…?
¿Qué sabemos del Covid-19? ¿Afecta a los primates y a otros animales?
¿Estamos preparados para la avalancha de millones de inmigrantes que, en meses,
llamarán a nuestra puerta? ¡Pero si ignoramos si su origen es animal o de
laboratorio! Demostrado está que el hombre, para destruirse, no necesita el
empujón de la naturaleza. Al revés, sí.
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