YA VIENE EL CORTEJO
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
tomasmartintamayo@gmail.com
“Pero si son
los nuestros y han venido ¿por qué seguimos pasando frío?” El niño no entendía
lo de dormir en un banco y la madre no sabía explicarle que eso era todo lo que
tenían, así es que, acariciándole la cabeza, le dijo que era muy afortunado
porque mientras que sus amigos tenían un techo blanco, a dos metros de sus
narices, el disfrutaba del firmamento y del manto azul estrellado de la noche.
El niño quedó sorprendido porque tenía frío y no entendía muy bien la ventaja,
pero miró hacia arriba y le pareció convincente. Nunca hasta entonces había
reparado en aquel inmenso lienzo azul sobre su cabeza, en el que colgaban
puntitos relucientes, como lucecitas de un techo inmenso. Se acurrucó contra su
madre y durmió, sintiéndose arropado y protegido por unas estrellas que velaban
su sueño. Durante el verano algunos
escalofríos lo despertaron, pero miraba y las estrellas seguían allí,
arropándolo. Llegó el otoño, el cielo ocultó el manto estrellado y comenzó a
llorar una lluvia perezosa que puso un soplo gélido sobre su piel. La gente
corría, mientras los goterones alimentaban los apresurados charcos, que
hicieron del banco una isla diminuta. El manto azul y los puntitos brillantes
desaparecieron y sobre sus cabezas sólo había brochazos negros, marrones y
rojizos.

El niño no sabía que las sombras negras que lo echaron de su
casa son también las dueñas de la puerta que lo protegía, del banco, de los
árboles y del parque. Que las sombras negras nunca descansan y que hasta las
tijeras de podar les pertenecen. Y que los jardineros son suyos, para que
siembren lo que ellas quieren y cuando les interesa.
Nada es igual, todo ha cambiado y hasta los rótulos son
diferentes dentro y fuera del parque. La caravana ha pasado y los hilos de las marionetas han cambiado de
manos, pero el niño y su madre siguen en el parque, mirando al cielo como
solución última de sus males y muy cerca de la puerta, por si tienen que
improvisar otra vez el techo que las proteja de las sombras y sus cuchillos.
Hace mucho que el niño creció, le dio la espalda a la espera y le da igual el manto estrellado que los
brochazos negros de un cielo que no siente suyo.
-¿Y cuándo llegan los que decías?
-Van a tardar porque se han perdido en una esquina.
-¿Entonces no vendrán?
-Sí hijo, vendrán para pedirnos los único que tenemos. Los
nuestros nunca existen, pero mañana se acercarán al banco y te arrullarán una
nana muy bonita.
-¿Cómo la del manto estrellado de la noche?
-O más.
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