La
calma del encinar
EL CIELO PUEDE
ESPERAR
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
tomasmartintamayo@gmail.com
En una reunión
del Consejo de Administración de la extinta Caja de Ahorros de Badajoz, tuve un
enfrentamiento verbal de muchos decibelios con un representante del PSOE, llamado a ocupar la presidencia de la entidad.
Era una baza importantísima dentro del partido, concejal con aspiraciones, vicepresidente
de la Diputación y propuesto para un sillón como magistrado del TSJEx. Todo un
personaje al que le iban poniendo alfombras a su paso. Al concluir la reunión
se acercó a mí: “Te juro que vas a estar solo incluso en tu entierro”. Yo nunca
me he sentido solo ya que siempre voy conmigo, pero el vaticinio me sorprendió
porque, aunque no creo que ningún muerto pase lista en su entierro, ¿eso
también dependía de él? Excesivo.
Está por ver
la gente que estará en mi entierro, aunque espero que todavía no hayan nacido
pero, meses después, el altísimo personaje estaba muy solo en una celda de la
cárcel de Badajoz, en la que permaneció muchos años. Intenté ayudarle, le tuve
como auxiliar en la biblioteca y, al menos durante las horas lectivas,
procuraba protegerle. Él mismo reconocía que yo había sido el único apoyo que
había tenido y que el partido… Hablamos mucho, pero no recordaba ni el
enfrentamiento ni su sentencia, mejor para los dos porque eso indicaba que no
la había pronunciado con mucha “jondura”. Cuando nos calentamos ya se sabe.
Cuento esto
porque, como somos herederos de nuestras obras, debemos asumirlo con naturalidad, ya que para la memoria del
vecino no se ha inventado la goma de borrar y lo que dijimos e hicimos
permanece enquistado. A veces, como en el caso que he contado, sin odio, al
menos por mi parte. ¿Puedo yo inventar algo sobre mi vida pública? ¿Colgarme
algún doctorado, una medalla olímpica, pasar por cortijero? Escribir en HOY
artículos que dejan chinitas en muchos zapatos tiene su riesgo, porque si no contentas a nadie, todos te miran con
recelo, pero incluso entre los ofensores y ofendidos hay categorías que los
definen. Lo de la soledad en el entierro era duro e imaginativo, pero hace
días, en la única red social en la que todavía permanezco, un fake tarambana de
los que tanto abundan, para ofenderme me decía “jubilado”. ¡Qué nivel! Corto
incluso para ofender. Hasta ahora las ofensas más recurrentes contra mí han
sido las de “resentido”, “tránsfuga”,
“amargado”, “soberbio” y “pedante”, que me resbalan, pero lo de
“jubilado” me dejó hecho un escombro. Vamos, que me dio un “pabajo” por
inapelable. ¿Cómo me defiendo de semejante acusación si estoy entre los yayo
flautas desde hace años?
A mi abuelo
Federico, también con fama de “soberbio” y “pedante” maestro que fue de
Campillo de Llerena, mi pueblo,
quisieron fusilarlo los republicanos, porque lo consideraban franquista y los
de Franco, porque lo creían republicano. Él lo justificaba porque “los dos
llevan razón ya que mi problema es no saber ser de nadie”. Nunca le fue bien,
ni con unos ni con otros y él mismo se admiraba del “sentido de la
orientación” de los que en todas las aguas flotaban y de todas las tetas mamaban:
Dejó escrito que “Entre los franquistas estoy menos seguro que los republicanos
que me quisieron matar porque me creían franquista”.
Ya me habría gustado heredar algún
predio, pero lo que me legó, que también me viene de padre, fue no ser de
nadie, aunque en algún momento hice verdaderos esfuerzos por integrarme en la
manada. ¿Y de mi entierro? “El cielo puede esperar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario