miércoles, 27 de marzo de 2019

El cielo puede esperar


La calma del encinar
                           EL CIELO PUEDE ESPERAR
                          
                         
                                                      Tomás Martín Tamayo
                                                          Blog Cuentos del Día a Día
                                                          tomasmartintamayo@gmail.com


En una reunión del Consejo de Administración de la extinta Caja de Ahorros de Badajoz, tuve un enfrentamiento verbal de muchos decibelios con un representante del PSOE,  llamado a ocupar la presidencia de la entidad. Era una baza importantísima dentro del partido, concejal con aspiraciones, vicepresidente de la Diputación y propuesto para un sillón como magistrado del TSJEx. Todo un personaje al que le iban poniendo alfombras a su paso. Al concluir la reunión se acercó a mí: “Te juro que vas a estar solo incluso en tu entierro”. Yo nunca me he sentido solo ya que siempre voy conmigo, pero el vaticinio me sorprendió porque, aunque no creo que ningún muerto pase lista en su entierro, ¿eso también dependía de él? Excesivo.

Está por ver la gente que estará en mi entierro, aunque espero que todavía no hayan nacido pero, meses después, el altísimo personaje estaba muy solo en una celda de la cárcel de Badajoz, en la que permaneció muchos años. Intenté ayudarle, le tuve como auxiliar en la biblioteca y, al menos durante las horas lectivas, procuraba protegerle. Él mismo reconocía que yo había sido el único apoyo que había tenido y que el partido… Hablamos mucho, pero no recordaba ni el enfrentamiento ni su sentencia, mejor para los dos porque eso indicaba que no la había pronunciado con mucha “jondura”. Cuando nos calentamos ya se sabe.

Cuento esto porque, como somos herederos de nuestras obras, debemos asumirlo  con naturalidad, ya que para la memoria del vecino no se ha inventado la goma de borrar y lo que dijimos e hicimos permanece enquistado. A veces, como en el caso que he contado, sin odio, al menos por mi parte. ¿Puedo yo inventar algo sobre mi vida pública? ¿Colgarme algún doctorado, una medalla olímpica, pasar por cortijero? Escribir en HOY artículos que dejan chinitas en muchos zapatos tiene su riesgo, porque  si no contentas a nadie, todos te miran con recelo, pero incluso entre los ofensores y ofendidos hay categorías que los definen. Lo de la soledad en el entierro era duro e imaginativo, pero hace días, en la única red social en la que todavía permanezco, un fake tarambana de los que tanto abundan, para ofenderme me decía “jubilado”. ¡Qué nivel! Corto incluso para ofender. Hasta ahora las ofensas más recurrentes contra mí han sido las de “resentido”, “tránsfuga”,  “amargado”, “soberbio” y “pedante”, que me resbalan, pero lo de “jubilado” me dejó hecho un escombro. Vamos, que me dio un “pabajo” por inapelable. ¿Cómo me defiendo de semejante acusación si estoy entre los yayo flautas desde hace años?

A mi abuelo Federico, también con fama de “soberbio” y “pedante” maestro que fue de Campillo de Llerena, mi pueblo, quisieron fusilarlo los republicanos, porque lo consideraban franquista y los de Franco, porque lo creían republicano. Él lo justificaba porque “los dos llevan razón ya que mi problema es no saber ser de nadie”. Nunca le fue bien, ni con unos ni con  otros y él mismo se admiraba del “sentido de la orientación” de los que en todas las aguas flotaban y de todas las tetas mamaban: Dejó escrito que “Entre los franquistas estoy menos seguro que los republicanos que me quisieron matar porque me creían franquista”.

 Ya me habría gustado heredar algún predio, pero lo que me legó, que también me viene de padre, fue no ser de nadie, aunque en algún momento hice verdaderos esfuerzos por integrarme en la manada. ¿Y de mi entierro? “El cielo puede esperar”.




No hay comentarios: