DESCONOCIDA CATALUÑA
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
En una reunión con Tarradellas,
presidente de Cataluña -¡Ja sóc aquí!-, me llamó la atención el respeto que desde la oposición le profesaban. Fue un
encuentro protocolario, sin agenda, ajeno a la rigidez de los turnos
parlamentarios, pero todos, antes de hablar, levantaban la mano hasta recibir
la anuencia del presidente. Me sorprendió especialmente Antonio Gutiérrez,
líder del PSUC, un político carismático y poco dado a los silencios de conveniencia,
que después de levantar la mano, esperaba a que Tarradellas le diera entrada
con un gesto de condescendencia: “Gracias, honorable”, respondió el díscolo
líder comunista antes de intervenir.
Nada que ver con lo que se estilaba
en otras autonomías, donde la trifulca era lo habitual. Desde entonces veía a
Cataluña con indisimulada admiración porque allí el respeto y el pragmatismo
iban cogidos de la mano y, después de Tarradellas, Pujol siguió ejerciendo la
dignidad institucional, con los de dentro y los de fuera, sabiendo negociar los
asuntos de Estado en un “tú a tú” que no se daba en ningún otro sitio. Cataluña
era grande, propia y admirable.
Con Suárez, Felipe González y Aznar,
tuvieron la capacidad de hacerse oír, vendiéndoles a muy alto precio cualquier
acuerdo parlamentario. Confieso que al ahora “ex honorable del 3%”, lo admiraba
sinceramente porque frente a las soflamas él era conciso y equidistante,
sabiendo vender a cada uno lo que necesitaba. Mientras los demás lucían palmito
para incrementar el ego personal, Pujol, que más que hablar farfullaba, bajito,
feo y con tics que parecían fruto de algún calambre cerebral, llegaba a Madrid
con muchas bolsas vacías para retornar a Cataluña con todas llenas. “Es el seny
catalán”, dijo un día con sorna Adolfo Suárez, mientras frotaba el pulgar y el
índice.
¿Dónde queda ahora el seny como sinónimo
de sensatez, cordura, pragmatismo o sentido común? Pujol, despojado de toda
dignidad por sus trinques, se ha descubierto como garrapata aferrada a comisiones ilegales para enriquecerse. Ni
honorabilidad ni vergüenza. Mientras pasaba el platillo en Madrid sembraba el odio
en Cataluña con su estrafalario “España nos roba”. Su designado, Artur Mas, a
la deriva desde el principio, se aferró al independentismo desnortado para
contentar a un electorado adoctrinado desde la escuela. Sin más asidero
político que la discordia y despreciado por los propios, dejó el timón a un
desconocido Puigdemont, que siguió la deriva de engañabobos, convirtiéndose en
un alfeñique de su propia egolatría y comportándose más como un reyezuelo
absoluto que como presidente de una comunidad. Frente a un irresoluto como
Rajoy, chapoteó en la cloaca del independentismo, huyendo finalmente como un
robaperas, pero exportando el conflicto a una EU que, débil y desunida,
abofetea a España desde cualquier tribunal de tercera fila.
Y llega turno al mayor esperpento, un
tal “Quintorra” con mentalidad de calientasillas del ausente, declarando la
guerra a España y exigiendo disculpas, perdones y rendiciones por los votos
prestados a Pedro Sánchez. Los catalanes nunca dieron nada gratis, pero tenían
el recato de un “seny” que los frenaba. Ahora, a lo bruto, amenazan al Gobierno
con un giro de muñeca capaz de estrangularle los cataplines.
¿Y el “seny”? El seny derivó en
mentira, trapacería, aprovechamiento descarado, ordeño de las arcas públicas,
invistiendo de dignidad institucional a unos individuos que, teniendo votos,
carecen de vergüenza. El seny escupe a la mitad de Cataluña, se burla de la ley,
exporta una España inexistente y pretende torcer el brazo a la Constitución.
¿Qué diría Tarradellas de estos fulanos?
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