La calma del encinar
LA
VIDA SIGUE IGUAL
Tomás
Martín Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
Me reconozco “habilidad” para llevarme
mal, o no llevarme, con los que mandan, pero tengo asumido que la culpa es mía
porque me sé excesivamente puntilloso y crítico con ellos. Puede que tenga una
visión muy particular, que hace que vea y sienta más persona al que está en la
oposición que en el poder, ya que detectó la transformación que sufre el que lo
consigue. No hay excepciones y nada más llegar, todos comienzan a verse más
guapos, a romper amarras y a mantener las distancias aunque, por educación,
unos son más sutiles que otros, pero en el fondo, vinos de la misma pitarra.
El que está arriba nunca está solo
porque hay gente que siempre huelen la pomada y consiguen ser amigos o cercanos
del que sube y, por si acaso, del que baja, comportándose como agentes dobles,
al servicio del que gana y del que pierde, para después elegir la orilla que en
cada momento les interese. Acomodaticios que son, gente chicle, hombres
plastilina que los que mandan necesitan para sostener su ego y verse bonitos.
Pelotas, sonreidores y halagadores profesionales son sus manjares favoritos. En
mi caso todo son lanzas y aunque hago de Cirineo en los momentos de dificultad,
ayudando a subir la cuesta y a llevar la cruz, a la hora de las entradas
gloriosas, o de la “resurrección”, siempre desaparezco y estoy ausente, porque
yo soy más cuchillo que cuchara y ellos valoran más una sonrisa aduladora
que una crítica sincera. Inevitablemente me acuerdo de mi abuelo Federico,
maestro de Campillo de Llerena, mi pueblo, al que quisieron fusilar los
republicanos, porque lo consideraban franquista y los de Franco, porque lo
creían republicano. Nunca le fue bien, ni con unos ni con otros y él
mismo se admiraba del “sentido de la orientación” de los que en todas las aguas
flotaban y de todas las tetas mamaban. Vamos, que de casta le viene al galgo.
Durante los años de botellón de la
legislatura anterior, cada artículo que publicaba en HOY los socialistas lo
difundían hasta por señales de humo, me retuiteaban centenares de veces, me
compartían en Facewood, aplaudían, escribían y hubo ocasiones en las que
incluso fotocopiaron algunos de mis artículos para distribuirlos en reuniones y
asambleas porque, según me decían, servían de argumentario… No había
nadie tan guay como yo. Menos mal que ya estoy de vuelta de mil soflamas y casi
el mismo efecto me hacen las puyas como los aplausos, cuando sé que se han
cocido en el mismo puchero. Ahora, intercambio de cromos, empiezan a aplaudir
los que ayer callaban y callan los que aplaudían.
¿Qué ha pasado, dónde estáis que ahora
no os veo por ninguna parte? ¿Escribo peor, mis ideas ya no son tan progresistas
ni sirven de argumentario? Dos sopapos mal pegados y me abandonó el
desodorante. Soy el mismo, escribo como escribía y en el mismo sitio, digo lo
que decía y pienso lo que pensaba, pero no soy de barricadas ni de
prietas las filas y eso no se soporta. Podía decir que tomo nota, pero no es
verdad, porque la rueda gira y sé que se repiten los días de la semana. Unos
que vienen, otros que se van, no os echo de menos, ni falta que me hace.
La vida sigue igual.
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