La calma del encinar
UN MONSTRUO A MI LADO
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Fui a ver “Un monstruo viene a verme”, pero el verdadero
monstruo estaba a mi lado, dueño absoluto del posabrazos del asiento que
deberíamos compartir. Respiraba con dificultad, de forma entrecortada y con
pitidos que entraban en mis oídos con más nitidez que las conversaciones entre
el niño y el monstruo de la pantalla. Para paliar su falta de oxígeno se movía
constantemente, mientras engullía algo crujiente que lograba trasegar con un
vaso enorme de Coca Cola, separando sus brazos como un polluelo que quiere
iniciar el vuelo. Y es ahí donde, como suele escribir Jaime Álvarez Buiza, la
cochina tuerce el rabo, porque, al separar los brazos, de su axila salían
efluvios de estercolero que acaban de remover. Incluso lo de las cochiqueras es
más soportable. Se puede oler a tabaco, a sudor, a desodorante precipitado
sobre una axila en descomposición, a muela cariada, a vino recocido y liberado
en un eructo e incluso a fritanga porque en la calle hay de todo, pero en un
cine, a centímetros de distancia, sin poder escapar y durante dos horas,
resulta insoportable un tipo que interpreta con su presencia la más completa
sinfonía de la fetidez. Y sin dejar de masticar, de beber y de moverse. Raro
que no llevara moscas a su alrededor incluso en el cine.
Todos conocemos a gente espesita, más en hombres que en
mujeres, con las que se hace muy largo compartir el ascensor hasta el primer
piso, pero lo del cine, con un gorrino al lado, moviéndose como si estuviera
lleno de pulgas y comiendo bellotas, es una experiencia nueva que no
recomiendo. Es ofensivo y evidencia una descomunal falta de respeto y
consideración hacia el prójimo, obligarlo a soportar el portón de cochiquera
que algunos llevan encina, aunque la espesez esté coronada. Felipe V, el primer
Borbón, llegó a tal degradación que, además de no lavarse nunca –nunca es
nunca-, pretendió recibir a un embajador mientras defecaba sentado en su
vacinilla. ¿Sabrán que existe una
solución tan sencilla y económica como el agua y el jabón? No se pueden
agrandar las distancias en un autobús, en la barra del bar, en el hospital, en
la oficina.., pero aún menos en un cine, codo a codo, es un decir, con alguien
que no quiere alcanzar la gloria eterna a fuerza sufrir los latigazos de un
guarrindongo asilvestrado.
La ropa también necesita un poco de sosiego, detergente, un
buen centrifugado y un plácido secado porque, si a los olores de maldición se
le suma el disecado de una camisa petrificada por el sudor, el resultado es
para un ingreso por urgencias. Algunos parece que se masajean con amoniaco o
con queso de Cabrales y hablar con ellos a corta distancia es como meter la
cabeza en el vientre de una vaca que se pudre al sol. Durante la mili conocí
a uno que, después de una largo día de marcha, con botas militares, en verano y
por el cordobés Cerro Muriano, cuando volvíamos tan agotados como sudados, nos
llevaban directamente a las benditas duchas liberadoras, pero el tipo, para
evitar el agua, saltaba por la ventana, escabulléndose por la parte trasera
para que el sargento no lo viera. Creo que no se duchó durante los tres meses
de campamento... No le vi la cara y han pasado muchos años, pero hasta es
posible que fuera la mofeta del cine.
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