La calma del
encinar
MÁS GOMINA QUE
INTELIGENCIA
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Si hacemos una valoración global de los frutos que Mario
Conde ha sacado a su inteligencia, habremos de concluir que se trata de una
inteligencia extraña, bastante torpe o muy mal gestionada. Un señor que, con
poco menos de cuarenta años, disponía de una fortuna personal que le hubiera
permitido vivir a él, hijos, nietos… en la opulencia reservada a las élites más
privilegiadas y que acaba condenado a veinte años de cárcel, por un montón de
delitos relacionados con el dinero, muy listo, muy listo no parece que sea.
Inteligente tampoco. Si tenía lo que no podía gastar ni en tres vidas ¿para qué
quería más? ¿Pasar once años en la cárcel? Eso no tiene precio y no hay dinero
para pagarlo, pero parece que “el príncipe de la gomina” es duro de mollera y
no aprendió ni aprende, porque al poco de salir ya está otra vez en el
disparadero por seguir pisando el mismo charco del dinero. Es posible que en la
cabeza tenga más gomina que inteligencia, porque se puede ser número uno como
opositor y como gilipollas. Siendo tan superior igual piensa que después de
esta vida va a tener otras y que puede permitirse el lujo de echar una al váter
y tirar de la cadena.
Y el mismo rasero hay
que pasárselo a Rodrigo Rato, Blesa, Ruiz Mateos y demás cofrades del trinque.
Toda esta gente de relumbrón, privilegiados de cuna o por una supuesta
inteligencia superior, que acaban complicándose la vida por conseguir más de lo
muchísimo que tienen, deberían hacérselo mirar, tendiéndose muchas horas en el
diván de un psiquiatra. Ya sé que la
avaricia rompe el saco y que el humo del dinero les ciega los ojos, pero si no
son capaces de sentarse un rato para respirar y oxigenarse, son de inteligencia
cuestionable. Se puede entender que alguien luche y se exponga para vivir mejor
y ofrecer algo más a su familia, pero luchar y exponerse para vivir peor, complicarse
la vida y arrastrar a su familia hasta la misma cloaca…
Algo sé de las cárceles porque, aunque uno no sea muy listo,
en cuarenta y tres años se aprende. Sobre todo si se tiene en el aula o sus
aledaños a estos ilustres alumnos que descienden desde el Olimpo a las
catacumbas. Personalmente respeto más a los que estando en las catacumbas
quieren escalar hasta el Olimpo, pero todos enseñan al maestro porque en esto,
como en casi todas las facetas de la vida, se impone la ley de los vasos
comunicantes. Tuve un alumno que ingresó en la prisión por ladrón, dejando un
Ferrari de 350.000 euros escondido en un garaje. Una semana después conducía
por los pasillos de la cárcel el carrito con el rancho carcelario. Tuve otro
que el día que cumplía su condena fue a despedirse de mí con un “hasta mañana,
don Tomás”, porque dejaba la celda para dormir en la calle y lo menos penoso
para él era volver. Para mí que este
tenía más inteligencia práctica que el engominado que se empecina en recorrer
el camino contrario.
¿Les parece de
ciencia ficción ver a Mario Conde
repartiendo libros por los módulos de una prisión? Pues no es ciencia ni
ficción y, aunque no se lo deseo, puede que vuelva a hacerlo, aprovechando su
práctica y experiencia. Aunque lo suyo no es repartir.
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